Desde que me conozco siempre me ha gustado ver caer la lluvia.

Son exóticos estos fenómenos meteorológicos porque en este roalico de la Vega Baja, me refiero a Torrevieja, apenas ha existido la agricultura para esperar que el agua del cielo nos salvara las cosechas o las engordara.

Los problemas de los torrevejenses estaban en que hasta la década de los 70 del pasado siglo sólo disponíamos del agua salada. La de los pozos caseros, la mayoría de ellos medianeros con la vivienda contigua y en algunas casas, consideradas de bien, aljibes. El agua de beber la vendían en carros y se almacenaba en orzas.

Si hoy le dices a cualquier joven, por muy torrevejense que sea: «Coge la lama,ves a la orza y llena el safa» difícilmente entenderá el significado de esta frase. La lama era una especie de cazo de aluminio para sacar el agua de la tinaja y la safa un recipiente de porcelana para lavarse.

Por estos lares, en contraposición al resto de la comarca, las gentes no solían mirar al cielo, dirigían su vista al mar porque llover, llover..., solo llueve con viento de levante y, como en este pedazo de tierra llana nunca ha sabido llover, cuando lo hace es un estropicio.

En este páramo a falta de pan nos hemos arreglado con tortas. Desde un principio cultivando el agua de las lagunas salineras incompatibles con la que cae del cielo.

Si caía mas de la cuenta se perdían las salinas y tocaba pasar más necesidades de la habituales. Miles de trabajadores se quedaban sin salario. Actualmente la salinas apenas cuentan con un centenar de operarios.

Cuando por fin llegó el agua dulce, la del Taibilla, a cada dos por tres nos quedábamos sin suministro. Para garantizarlo se colocaban depósitos de uralita en lo más alto de las viviendas. Todavía perduran muchos de ellos, pero de momento no hace falta utilizarlos.

Como siempre, en aquella ocasión, como en casi todas, me refiero a los años setenta, el agua nos desbordó. Eran fecales corriendo por las calles. Carecíamos de alcantarillado.

El brutal incremento del número de viviendas convirtió a Torrevieja en un botín para los cuervos que cuando dejaron limpia «la parva» salieron de aquí volando mientras defecaban sobre nuestras cabezas.

Se fueron pero dejaron escuela: Los políticos les tomaron el relevo. Acometieron obras faraónicas, algunas de ellas millonarias inversiones convertidas en basura, otra llegarán a tener utilidad algún día pero no sabemos cuándo.

Los ayuntamientos no pueden hacer inversiones ni para poner en funcionamiento las nuevas instalaciones creadas, bastante tienen con ir pagando deudas.

Como una cosa es el progreso y otra la evolución, aquí de progreso sostenible poco y la evolución nos ha ido llegando con el paso del tiempo.

No somos ni mejores ni peores, nos hemos ido adaptando a las nuevas circunstancias.

Bebemos agua desalada y parte de los cítricos y verduras que consumimos están regadas con mi agüita amarilla y las de más de cien mil personas procedentes del quinto pino. ¿Será eso parte de la globalización?