Es posible que alguna persona pueda interpretar este título como una incongruencia, al unir el gentilicio con que se califica a los nacidos en la nación vecina de Portugal, con aquella ciudad del norte de Italia, en la región de Véneto, que celebra todos los años sus fiestas mayores el día 13 de junio.

La unión de Portugal e Italia, concretamente entre las ciudades de Lisboa y Padua, viene de la mano de un religioso al que yo le llamo, «el Santo portugués de Padua». Concretamente con San Antonio, cuya festividad se conmemora en este día, y que en el país vecino se le califica como «de Lisboa», por ser su lugar de nacimiento, allá por los últimos años del siglo XII, y que en el siglo se llamaba Fernando de Bulhöes. Sin embargo, está generalizado que se le conozca como de Padua, por el sitio en el que falleció, en 1231. Este religioso, siendo adolescente se incorporó a los Canónigos Regulares de San Agustín, y al llegar los cuerpos de los primeros mártires franciscanos, deseoso de imitarlos profesó en su Orden, en la que una vez que se desplazó a Italia, incrementó su formación siendo destinado a la predicación. Por su calidad como teólogo, con el tiempo pasó a ser venerado como Santo y considerado como doctor de la Iglesia.

No nos extrañe lo que apuntábamos que al profesar en una Orden, como en la de la de los menores capuchinos, se cambiase el nombre y apellido en el siglo por el que pasarían a ser conocidos en la misma. Ejemplos de ello tenemos varios desde el siglo XVI en que comenzaron a apellidarse como «Orihuela», fray Pablo y fray Melchor en esa centuria, y entre los siglos XIX y XX, localizamos a fray Francisco (que respetó su nombre de pila y cuyos apellidos eran Simón Ródenas), nacido en La Aparecida, obispo de Santa Marta en Colombia y que está en proceso de beatificación desde hace muchos años; fray Eloy (Andrés Francisco Simón Gómez), fray Jesús (Ángel García Gil) y fray Honorio (Ramón Juan Costa), que fue asesinado en la Guerra Civil en las proximidades de Elche.

La devoción a San Antonio de Padua se ha mantenido desde hace siglos por todas las ramas de los franciscanos y aquí en Orihuela y en su pedanía de Molins, ha permanecido. Recordemos la capilla que se construyó en el Rabaloche, en lo que era huerto de la capuchinos, que se puso bajo se advocación y que fue bendecida a finales de la década de los noventa del pasado siglo por el obispo Victorio Oliver Domingo. Y, en ese barrio, desde hace muchos años le ha dedicado sus fiestas, dándole un carácter integrador.

Somos dados a atribuir a cada santo especiales beneficios, llegando a considerarlos como «abogado». En nuestro caso del «Santo portugués de Padua», siempre ha sido reconocido como favorecedor para localizar algún objeto perdido, incluso que facilita el encuentro del amor, de ahí que hayan recurrido a él, mozas para conseguir novio. Aunque, actualmente no creo que se siga mucho este conducto para hallarlo.

Al fraile, también se le adjudica su vertiente caritativa a través de lo que se conoce como «Pan de San Antonio» para atender a los más necesitados. Recordamos un fragmento de aquella película de 1955, dirigida por José Luis Sáenz de Heredia, llamada Historias de la Radio, en la que se vieron involucrados un ladrón (Ángel de Andrés), un empresario (José Mª Lado) y un sacerdote (Pedro Porcel), y que después de una serie de peripecias, un ratero todos los días acudía a una iglesia con la creencia de que en el cepillo había comida, logrando así una hogaza que le había dejado allí el párroco.

El nombre de Antonio se ha perpetuado en muchas familias, como en la mía en la que ya vamos por cuatro generaciones, y son muchos oriolanos o afincados en nuestra ciudad o descendientes de ella, los que en su carnet de identidad ha aparecido como su nombre. Recordemos, entre otros, a algunos han hecho historia y ya no están entre nosotros: Antonio García-Molina Martínez, Antonio Pascual del Riquelme, Antonio Balaguer Ruiz, Antonio Cánovas del Castillo, Antonio Riudavets, Antonio Rodríguez Egío «El Macando», Antonio Roda López y Antonio Roca Cabrera. Todos ellos llevaron en su vida el nombre del «portugués de Padua».