Tengo la seguridad que a nuestros antepasados les causaría asombro cómo en estos momentos por cualquiera de los medios de comunicación existentes se puede recorrer distancias entre lugares en unas pocas horas. Sin alejarnos mucho en el tiempo, recuerdo que en los años sesenta del pasado siglo para ir en autobús de Orihuela a Málaga se solía hacer en dos etapas, primero hasta Murcia y desde allí a Granada pernoctando.

Creo que todavía sería con más etapas para que el personaje de una de las novelas del francés Julio Verne, Miguel Strogoff, como correo del Zar, atravesase Siberia con objeto de entregar su misiva al hermano de éste a fin de prevenirle del ataque de los tártaros. Las aventuras y sinsabores del protagonista de esa novela nos llenaba de admiración cuando su hazaña fue llevada al cine, en 1956, siendo interpretado por Curd Jürgens, compartiendo reparto con Genevière Page y Silvia Koscina. Y, con nuestros pocos años el vivirlas al natural en la pista del Circo Americano, que en nuestro Teatro Circo nos presentaba la pantomima de la invasión de la Rusia Imperial por aquellos tártaros, con su caballería cosaca al mando del Capitán Bratuchin y su tropa de espadachines, saltadores de Ankara y juegos Ukraninos. Para todo ello, se retiraban los asientos del patio de butacas y en el escenario se montaba una pista giratoria. Así, se nos mostraba esta historia que nos hacía ver un mundo de ilusión, dentro del «más difícil todavía».

Pero, regresando a los viajes por etapas, veamos cómo se las apañaban para que los correos llegaran lo antes posible de un lugar a otro. Para ello, se recurría a las postas, que eran un grupo de caballos preparados en los caminos a distancia de dos o tres leguas, a fin de ser sustituidos y continuar más rápidamente el mensajero su viaje. Todo ello estaba regulado prácticamente desde el siglo XVI, según cédulas, órdenes y reales resoluciones, que establecían las funciones del maestro de postas y de los postillones. Es decir: del responsable de toda la organización y de aquellos mozos que a caballo iban delante de los que «corrían la posta», para servir de guía e indicarles el camino.

En los últimos años de la Guerra contra el Francés, en el cabildo celebrado en Orihuela el 23 de diciembre de 1811, por Juan Facundo Cavallero Pérez y García, fiscal de correos y caminos, de la Suprema Junta de apelación y juez subdelegado de la Real Imprenta; se daba a conocer el nombramiento como maestro de postas de la parada de Orihuela, a favor de Francisco Galiano Onteniente, mesonero u hospedero y «calesero de oficio», tatarabuelo de mi padre Antonio Galiano Santiago. En esas fechas se acababa de superar una epidemia de fiebre amarilla, se continuaba con la construcción de las defensas en la ciudad, y ésta seguía viviendo en retaguardia el tránsito y acantonamiento de tropas, facilitando el suministro de forraje para los caballos, alimentos y hospitalización para los soldados del ejército español.

La posta de Orihuela estaba agregada a la Administración General de Murcia y el maestro de la posta tenía la obligación de mantener un número de caballos y postillones «fuertes y aptos» que fuesen necesarios para «correr», tanto los viajes ordinarios como extraordinarios. Además debía de tenerlos prestos para evitar detenciones y no facilitarlos a aquellos que no llevasen licencia. Para desempeñar el cargo, que dependía de la Renta de Correos, debía de disponer de un título del empleo y goce de fuero, así como durante el tiempo que lo ejerciese gozaría de la preeminencia que le correspondía, quedando exento de cargas concejiles, y de la cobranza de padrones y oficios gravosos. De igual manera no sería incluido en el repartimiento de cuarteles, ni alistado como soldado, encontrándose dispensado del alojamiento de «gente de guerra», ya fuera de infantería o de caballería, excepto en aquellos casos que la urgencia lo requiriera.

Por otro lado, a las caballería se les permitía pacer, en los lugares comunes igual que al ganado de la Mesta. 

El maestro de posta tenía atribuciones para nombrar y sustituir a los postillones, con la condición de que debía de dar a conocer sus nombres al Ayuntamiento, y era responsable del trabajo de los mismos. Se le permitía al maestro y a los postillones usar armas prohibidas en los viajes para su defensa y poder defender a los que acompañasen, debiendo estos últimos devolverlas al regresar de la posta.

Así, mi antepasado cuyo título de maestro de postas fue expedido en Cádiz el 26 de agosto de 1811, desde Orihuela a Madrid hubiera tenido que recorrer la distancia que las separa en aproximadamente treinta etapas y no sé en cuantos días. Hoy se quedaría perplejo de hacerlo en el AVE, con una parada intermedia en dos horas y veintiún minutos. Pero, tendría que madrugar por ser en el primer convoy que sale hacia la Villa y Corte.