El Tourmalet

La historia de la anciana a la que abandonaron en un hotel

A los ciclistas cada vez los ves menos por los comedores; ya ha pasado a la historia poder saludarlos mientras ellos comparten una mesa redonda y comen todo lo habido y por haber

Tourmalet, por Sergi López Egea.

Tourmalet, por Sergi López Egea.

Sergi López-Egea

La Vuelta no es sólo ciclistas que andan en bici. A su alrededor surgen historias que a veces considerarías inverosímiles, imposible de que ocurriesen. Es un paseo ambulante con la maleta a cuestas y sin saber muchas veces en qué ciudad estás. Y, menos aún, para memorizar el número de habitación que te ha tocado en el sorteo del hotel.

Pero también para que te fijes en la mujer anciana que cena sola en la mesa de al lado, a la que atienden los camareros como si fuera miembro de la familia, que se mueve con dificultad ayudada por una muleta y que llegó al hotel hace una semana, acompañada por su hijo, que se iba de vacaciones. La dejó abandonada, a su suerte, y los empleados del establecimiento la tomaron como si fuera uno de los suyos.

La puerta abierta de la habitación

Contaban, que un par de mañanas antes de que la Vuelta se adentrada por los territorios cercanos al establecimiento hotelero, la mujer permanecía sentada en su cama y con la puerta abierta de la habitación, lo que sorprendió a la empleada de planta. “¿Señora, se encuentra bien?”. La mujer respondió que sí, que no tenía ningún problema, pero que había dejado la puerta abierta “porque así puedo hablar con alguien”.

Habrá un día que el hijo regresará de las vacaciones y la mujer, aunque se sienta triste, se reconfortará con el calor de la familia, seguramente olvidará los días en soledad y hasta preguntará qué tal se lo ha pasado en el viaje.

Porque, a la siguiente noche, pueden sorprendente dos ancianas que te saludan cordialmente en otro comedor de hotel. Parece que te conozcan de toda la vida. Descubres que son hermanas, de 96 y 94 años, que viven unos días de vacaciones juntas. El entretenimiento es ser las primeras y las últimas que llegan al comedor para hacerse amigo de todos mientras charlan con toda la potencia de sus pulmones porque la hermana pequeña tiene el oído un poco duro.

Los ciclistas, en el autobús

A los ciclistas cada vez los ves menos por los comedores. Ya ha pasado a la historia poder saludarlos mientras ellos comparten una mesa redonda y comen todo lo habido y por haber. Ahora se encierran en los autobuses. Se sientan y el cocinero que viaja con ellos les sirve la cena, el desayuno y hasta el almuerzo en jornadas de descanso como este lunes.

Las ancianas ya no pueden saludarlos, ni fotografiarse con ellos. Y la verdad es que el panorama no mejora mucho en la zona de salida y llegada donde aparcan los autobuses, donde entran y salen los ciclistas que se dirigen o vuelven de correr. Sigue siendo obligatoria la mascarilla, aunque siempre haya una nariz rebelde que salga por donde no debe. Continúa habiendo pánico al covid, aunque el corredor atienda la señal del aficionado, refugiado detrás de las vallas, el que le pide un autógrafo y el que respira, con virus o no, casi siempre lo segundo, afortunadamente, el mismo oxígeno del deportista. Hay tantas cosas que no tienen sentido en este mundo que acompaña a las dos ruedas. Abandonar a una anciana, sin duda, es mucho más grave que recortar una etapa atendiendo a la seguridad de los participantes.

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