Estoy segura de que los que se han sentido siempre cercanos a "La Fábrica por antonomasia", como decía hace poco José María Perea, compartirán conmigo la consternación cuando pudimos leer en la prensa alicantina del pasado día 20 la noticia de que Altadis, la compañía surgida de la fusión entre Tabacalera SA y la empresa francesa Seita, cerraba definitivamente la reciente fábrica construida en Alicante. Esta decisión ha cogido al parecer por sorpresa a sus 338 trabajadores, pero además, para aquellos que conocemos la trayectoria histórica de la Fábrica de Tabacos en Alicante, nos ha invadido la emoción y nos ha llenado de melancolía.

Mucho se ha contado sobre su importancia y su significativo número de cigarreras, primero, y luego operarias, que albergó aquel solemne y emblemático edificio que se construyó para ser Casa de Misericordia y Palacio Obispal en la calle Sevilla, y lo que supuso ésta para la ciudad de Alicante, siendo junto con su comercio portuario las principales huellas del despegue de su progreso económico.

Quiero patentizar que nunca Alicante contó con una industria de tal envergadura donde la mujer alicantina y de su huerta, fuera las protagonista absoluta y casi la única mano de obra existente en ella a excepción de cargos reservados a directivos, vigilancia, personal para mantenimiento de máquinas y de carga y descarga, que representaban una ínfima minoría.

De nuevo hoy este colectivo ha sufrido los ajustes de un mercado que si bien atisbó con esperanza los desafíos del futuro por la apertura de nuevos horizontes con la introducción de España en la Comunidad Económica Europea, ha terminado finalmente enredado en el mundo de las OPAS, la internacionalización de la empresa y las multinacionales, la globalización económica y por supuesto atrapada por los cambios que impone el consumidor, que ha reducido su demanda del cigarrillo negro, que era el producto que elaboraba la fábrica de Alicante.

Y digo de nuevo, porque efectivamente la situación de inestabilidad de la Fábrica de Tabacos y de sus empleados, ha sido una constante desde 1887. Desde su creación en Alicante en 1801 y hasta aquella fecha, la explotación y venta del producto era llevada directamente por la Hacienda española y fue durante esos años cuando la Fábrica alcanzará los mayores números de cigarreras entre sus muros. Fue su etapa de esplendor a pesar de sus penosas condiciones de trabajo, con durísimas y alargadas jornadas, espacio escaso, a veces irrespirable, por la apretada mezcla de hojas de tabaco y la aglomeración humana y por la poca ventilación de aquellos lugares, donde las mujeres alrededor de mesas interminables desvenaban y liaban los cigarros de manera completamente manual.

Sin embargo, es curioso cómo comentaban el ambiente los prestigiosos visitantes que eran conducidos a la Fábrica con motivo de su estancia en nuestra ciudad para que vieran este emblemático establecimiento. Un columnista anónimo ingles publicó en el Times esta descripción, que sería luego traducida y nuevamente publicada en el periódico El Constitucional el 3 de diciembre de 1875: "La fábrica de cigarros presenta en su interior el golpe de vista más interesante y animado que se pueda imaginar. Figuraos a 4.500 mujeres de edades que varían entre los 14 y 40 años, pero la mayor parte jóvenes y bonitas, vestidas con el pintoresco traje de estas provincias...". La algarabía era reinante , así como la sátira, la broma o sorna y este desparpajo que se podía ver o intuir, ponía a más de uno de ellos en una situación incomoda o de sonrojo.

Era eminentemente un colectivo joven, incluso niñas, y como el oficio de cigarrera se pasaba de madres a hijas, era frecuente encontrar al mismo tiempo hasta tres generaciones de la misma familia en sus talleres.

La Ley de abril de 1887 abrió un nuevo camino para esta fábrica y también para la incertidumbre de sus trabajadores. La Hacienda española creyó necesarias grandes transformaciones que no quiso afrontar y estableció las bases para crear un arriendo. Las condiciones eran exigentes en cuanto al plazo, la cuantía económica y exigían asegurar al menos al 75% de los empleados, además de establecer tres almacenes destinados a recepción y depósito de tabaco y de crear tres nuevas fábricas con todos los adelantos modernos en un plazo de seis años.

La repercusión social de tal medida podemos observarla en los diferentes periódicos locales, manifestando algunos el perjuicio que conllevaba y alegando otros visiones optimistas en cuanto al saneamiento de la Hacienda española que lograba así una mejoría económica a nivel general.

El arriendo con la (CAT) Compañía Arrendataria de Tabacos, unida al Banco de España, sufrió modificaciones en sus condiciones a través de los años pero se fue renovando hasta 1945, con el lógico paréntesis en la zona republicana durante la Guerra Civil. A partir del arriendo, la CAT gestionó la explotación del tabaco con profundos cambios, comenzando con la congelación del número de sus llamadas, ahora, operarias, a través de una política de amortización y jubilación, produciéndose en poco tiempo un descenso realmente importante. A esa incertidumbre inicial respondieron los conflictos y el motín del personal de Alicante en 1888 y los comentarios de inestabilidad de los puestos de trabajo de la prensa alicantina de 1897. De hecho, de las casi 6.000 operarias que alcanzó la Fábrica de Alicante, se redujo en 1900 a 3.723. Por supuesto se cancelaron nuevos ingresos y su población trabajadora cambió radicalmente pues se había convertido en un contingente envejecido.

Pero para ser justos, muchas de las medidas tomadas por la CAT, permitieron la racionalización y organización del trabajo y su inevitable especialización; además, esta compañía realizó importantísimas inversiones en las fábricas, concretamente a ella se deben las obras realizadas en el edificio de Alicante para la adecuación industrial, incluyendo la maquinización, y la acomodación de las nuevas demandas en la elaboración de nuevos productos, convirtiendo el cigarrillo en su producto estrella. La vieja industria fabril había pasado a la historia.

Quizás el proceso más temido en los 58 años del arriendo de la CAT por parte de sus trabajadores fue la maquinación, puesto que veían claramente en ella una amenaza para sus puestos de trabajo. Por ello, en 1908, cuando 44 cajas de máquinas destinadas a esta Fábrica fueron descargadas y almacenadas se produjeron graves altercados. Miles de personas que hicieron causa común con las operarias se concentraron alrededor de la Fábrica pidiendo que se retiraran, y aunque se accedió a la petición por la presión ejercida, cuando éstas estaban siendo cargadas en carretas para su traslado fueron bajadas y quemadas.

En 1920 la CAT emprende un nuevo y definitivo proceso de maquinización. El número de operarias era de 1.748. La medida fue bastante bien encajada porque a pesar de las lógicas incertidumbres que suponía era obvia la necesidad de una urgente modernización con la que se asegurase la supervivencia de esta Fábrica.

Además, la CAT accedió a realizar nuevos ingresos de operarias en los años 21-24 y 31-37. Pero nuevamente, y a pesar de ello, la tendencia reductiva de su número siguió constante y así en 1939 solo existían 881. Un motivo fundamental para ello fue la Ley de jubilación forzosa de 1936.

En 1945 la CAT se convierte en Sociedad Anónima con el nombre de Tabacalera, SA, empresa mixta pero aún con participación estatal mayoritaria. Nuevos productos, renovación total de la maquinaría, nuevos ingresos en 1957 y 1970 y nueva reestructuración en 1973 donde Alicante no sale mal parada, pues pasa al segundo puesto nacional después de la de Logroño. Pero aunque la Fábrica de Alicante se mantiene, nadie puede negar su lenta agonía.

Y así llegamos a la década de los noventa con planes de regularización, con privatización de la empresa por medio de una oferta pública de venta del 52,4 de sus acciones que pone fin al monopolio del tabaco en España establecido desde 1636 y en cierta manera a la compañía estatal más antigua del mundo.

La nueva empresa, Altadis, ahora privada, planifica cambios en la organización. Y de nuevo en esta ocasión se darán argumentos para la esperanza: la Fábrica va a ser trasladada al Polígono Industrial de la Vallonga de Alicante, abandonando el viejo edificio que se había quedado inoperante por sus instalaciones y su ubicación en el centro de la ciudad. La compañía iba a realizar fuertes inversiones, alrededor de 40 millones de euros en obra civil e instalaciones dotadas de un modernísimo equipo con capacidad de fabricación para 15.000 millones de cigarrillos, en una parcela de 147.288 m2, de los cuales serían 54.823 m2 de superficie construida y el resto para jardines y aparcamientos para 252 turismos y 63 camiones, un centro industrial de los más avanzados de Europa comprometido con el medio ambiente. Además reabsorbería a trabajadores de fábricas como las de Valencia y San Sebastián y otras de Andalucía. Todo hacía presagiar que los riesgos habían pasado y que la consolidación y la permanencia de esta industria tabaquera en nuestra ciudad eran un hecho consumado. El traslado definitivo estaba previsto para el 31 de diciembre del año 2002. De los 387 trabajadores con que contaba la Fábrica de Alicante en esos momentos, se incorporaron 237 aplicándoseles al resto bajas incentivadas.

También el alcalde de nuestra ciudad, el señor Díaz Alperi, mostró su satisfacción con el traslado, pues tras la firma de un convenio con la nueva compañía y por medio de una permuta con unos terrenos, adquiría el histórico edificio que pasaba a propiedad municipal. Posiblemente la Fábrica de Tabacos formaría parte del importante conjunto cultural que se estaba planificando para la zona de Campoamor.

Para mí, como para muchos de los empleados de la Fábrica, ese momento fue de especial emotividad. En nuestro interior una pequeña herida se abría al tener que decir adiós a la vieja Fábrica de la ciudad y a los aromas de tabaco que te envolvían cuando pasabas cerca del edificio.

Pero tampoco en esta ocasión se han logrado los objetivos, y así su agonía y su historia parecen ha llegado a su fin. Tras la reciente adquisición de Altadis por el grupo empresarial Imperial Tobacco el 25 de enero del 2008, la nueva compañía ha decido reajustar su plantilla cerrando la planta de Alicante y sus empleados deben ahora acogerse al régimen de jubilaciones o trasladarse a la fábrica de Logroño, la única del grupo dedicada a la producción de cigarrillos que mantendrá la compañía en funcionamiento en España.

No quiero terminar estas lí?neas sin expresar dos peticiones que en su día realicé y que creo que con estos nuevos acontecimientos, y su triste final, pueden despertar la sensibilidad necesaria para que ahora éstas sean escuchadas. La primera era dedicar algunas salas del antiguo edificio de la calle Sevilla a mostrar a los alicantinos la historia de su Fábrica de Tabacos, además de conservar este nombre para el edificio, porque así se asegura su recuerdo en el futuro. Segundo, dedicar una gran avenida a las cigarreras, y que su ubicación tuviera relación con el camino que éstas hacían para llegar a la Fábrica. Recuerdo con pesar una magnifica oportunidad perdida, cuando propuse para ello la avenida conocida como calle Prolongación de Alfonso el Sabio que circunda el barrio de San Antón y el Pla, lugar habitado por multitud de ellas y que colinda con la parte posterior de los muros de la Fábrica. Mi petición fue asumida, por el entonces, minoritario grupo municipal del PP que la trasladó al Pleno del Ayuntamiento, sin que fuera aceptada por el gobierno municipal, alegando que ya existía una calle con el nombre de calle Cuesta de la Fábrica. Sigo pensando que esta avenida, hoy llamada Jaime II, era ideal para ser denominada de LAS CIGARRERAS. A pesar de ello, todavía existe la posibilidad, aún en ubicación distinta, de que Alicante, en una de sus avenidas, las recuerde para siempre.

Caridad Valdés Chápuli es subdirectora de Investigación del Instituto Juan Gil Albert de la Diputación Provincial de Alicante y autora del libro "La Fábrica de Tabacos de Alicante".