Contra el coronavirus, pero también contra el egoísmo, la necedad, la frustración, el miedo, la rabia, la desobediencia... Hoy se cumplen exactamente seis meses desde que el estado de alarma entró en vigor en toda España. Lo hizo inicialmente para dos semanas, fue con aplausos a la caída del sol, viendo por primera vez la cara de algunos vecinos, con pulsión por el papel higiénico y la levadura. Días duros de naturaleza distópica y soledades comunes.

Se convirtió en costumbre la extrañeza vacía de los barrios y aprendimos a vivir una realidad adyacente. La mayoría asumió el reto de existir entre pladur, pero también hubo quien se negó a cumplir y –siempre ocurre lo mismo–, esto levantó bastante polvareda e hizo mucho más ruido, se sabe que lo normal no da titulares.

Un hombre fumando en una terraza. Antonio Amorós

Desde entonces, la Policía Local se ha debatido entre la divulgación paciente y el áspero ejercicio de imponer la ley, entre la comprensión y la persecución de aquellos que no respetan los derechos de los demás. La tarea, seis meses después de que el virus convirtiera el planeta en un lugar más respirable pero menos habitable, se ha saldado con 6.675 denuncias por desobediencia y 52 detenciones, según los datos aportados por la concejalía de Seguridad de Alicante.

Los agentes de la capital inspeccionaron 35.920 vehículos en los controles fijos y móviles y realizaron 37.994 identificaciones. ¿El objetivo? Hacer cumplir las restricciones a la movilidad que exigía un confinamiento sin precedentes en el último siglo. A medida que fue avanzando la emergencia sanitaria, se fue ampliando el grado de acción policial, que se vio en la obligación de penalizar a 236 establecimientos de hostelería por no respetar las limitaciones de aforo ni el distanciamiento –mal llamado social– entre clientes, entre mesas... Diez revisiones nocturnas acabaron con el cierre de locales de ocio, especialmente vulnerables al desafío legal por el contexto que les define a ellos, como negocio, y a sus clientes. La interacción íntima es peligrosa en una pandemia.

La juventud, airada, desprovista de futuro, víctima de crisis pegajosas que no provoca, buscó el modo de no renunciar a lo único que le quedaba: disfrutar. Tal vez por eso, y pese al toque de queda, 414 individuos se volvieron a casa con una multa en el bolsillo por realizar botellón y 43 por fumar como no debían, sin la distancia adecuada y 1.890 por no usar mascarilla, que es la infracción más repetida y, a la vez, la que supone el mayor reto para el éxito de las medidas sanitarias y la que más cuesta hacer cumplir.

Las cifras de la desobediencia.

Las cifras de la desobediencia. Información.

Cien multas y violencia física

Avanza la pandemia, crecen los brotes y, en consecuencia, aumenta la presión policial sobre la covid-19. La prueba es que el último domingo, solo de madrugada, las patrullas pusieron 110 multas por desobediencia, botellón, infracciones de tráfico, consumo o tenencia de drogas y, las dos más graves, por atentado contra la autoridad. Fue en un bar de la calle Primavera, que seguía abierto pasadas las tres de la mañana. Allí, se arrestó a la propietaria del local por negarse a facilitar la documentación e insultar a los agentes mientras su pareja, fuera de sí, propinaba varios puñetazos a uno de los policías. Medio año en el filo, arriesgando el tipo...