La azafata interrumpió la conversación. Transcurrida más de una hora desde la primera advertencia, Ana Berenguer tuvo que abandonar la zona preferente y regresar a su asiento de turista, aunque, eso sí, con una sonrisa en el rostro. Durante ese espacio de tiempo, en la parte delantera del avión de Iberia que cubría el vuelo Madrid-Nueva York había prolongado el diálogo iniciado en Barajas con Felipe González, a quien la directora de la Fundación del expresidente, Rocío Martínez Sempere, acababa de presentar tras una feliz coincidencia en la sala de espera de la T4. La escena condensaba el guion vital de esta joven abogada alicantina, que años antes había partido de España con destino a Estados Unidos para completar una minuciosa preparación enfocada al servicio público. Y aquel día, justo cuando ya tenía decidido el definitivo regreso tras acumular en la mochila una notable carga de experiencia y estudio, el azar la colocaba frente a uno de sus referentes políticos para recibir una clase magistral en el trayecto entre las dos ciudades que, hasta ese momento, habían marcado su vida.

Nacida en el Raval Roig, Ana Berenguer cambió Alicante por Madrid a los siete años, cuando su madre, Reme Giménez, tuvo la certeza de que la recién recuperada democracia en España iba ser algo más que un breve espacio entre paréntesis. Llegado el momento decidió dejar su farmacia frente al Hospital General y seguir los pasos de su marido, Luis Berenguer Fuster, diputado en el Congreso de la carrera de San Jerónimo, y del primogénito de la pareja, Luis, diez años mayor que Ana, que acompañó al político para proseguir sus estudios universitarios en Madrid.

Un colegio junto al parque Conde Ordaz hace de puente desde cuarto de EGB hasta la Complutense, donde le esperaba la facultad de Derecho, carrera que compagina con un master sobre mercados financieros y labores de verano en la Comisión Europea, en el sector privado en París y en acciones de voluntariado.

Los primeros pasos, una vez licenciada, se dieron en los despachos de Garrigues y Bird&Bird, dedicando los fines de semana a tareas altruistas en el observatorio de responsabilidad social corporativa, vinculado a la ONG Economistas sin Fronteras. Ese primer ciclo profesional aclara que lo que verdaderamente le llena es la labor desinteresada que desempeña los sábados, sin la toga, así que en su interior comienza a anidar la idea de futuro en el servicio público.

Adoptada la decisión, que coincide con la elección de Barack Obama como inquilino de la Casa Blanca, opta por adentrase en ese cauce y dar un nuevo paso en su formación aprendiendo la forma de hacer política y gobierno en una gran universidad americana.

Viaja a Miami, donde colabora dos años en una fundación participada por el Ministerio de Exteriores mientras se prepara para entrar en una de las exigentes escuelas de gobierno. El reto comienza a ver la luz al ser aceptada en la Universidad de Columbia (2011), donde absorbe la política aplicada. Ahí coincide con uno de sus grandes mentores, Mike Ting, director del departamento de Ciencias Políticas, un matemático que le proporciona las herramientas para navegar en el análisis organizativo del sector público.

En Columbia permanece tres años: dos dedicada al master y un tercero a la investigación del impacto de la calidad de los políticos en los ciudadanos y la influencia de la selección de candidatos a través de elecciones primarias. Esta nueva etapa universitaria da paso al trabajo directo tras cruzarse con Chris Ward, mano derecha del alcalde Michael Bloomberg, que le abre las puertas del Partido Demócrata y le invita a colaborar en las primarias que eligieron a Bill de Blasio, el alcalde con el que años después acabaría trabajando. Mientras tanto, Nueva York sigue presentando oportunidades. Antes de entrar en su Ayuntamiento trabaja en la ONU, organismo que pisara para realizar unas prácticas durante su estancia en Columbia y que posteriormente le encomienda tareas relacionadas con la transición de los Objetivos del Milenio a los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible).

Al año de colaborar en esa agenda recibe una oferta para incorporarse a The Economist a través de su directora editorial, la italiana Irene Mía. En The Economist participa como editora a tiempo parcial, si bien, Mia no tarda en elevarla a analista senior, desde donde se centra en la investigación sobre cuestiones públicas.

Con todo, la oportunidad que ansiaba aparece dos años después. Ana Ariño, otra española que ejerce en el Ayuntamiento neoyorquino como vicepresidenta de Estrategia, le alerta de la oportunidad de ocupar la vicepresidencia de Análisis en el equipo de desarrollo económico de Bill de Blasio. Berenguer asume la tarea de colaborar en el diseño y evaluación de iniciativas de desarrollo de la ciudad, aportando evidencias para apoyar la toma de decisiones en políticas públicas e inversiones. En ese punto, la abogada entra en la pista deseada, donde quería estar, realizando lo que pretendía hacer, asumiendo una tarea que se prolonga durante tres años, con retos extraordinarios unidos a promesas electorales del alcalde (entre ellos, la creación de cien mil empleos de calidad), que enmarcan su experiencia más gratificante en la Gran Manzana.

En ese cargo constata la fortaleza de la sociedad civil y lidera el primer experimento de renta básica de EE UU en colaboración con universidades, fundaciones y miembros relevantes de la ciudadanía, como Chris Hughes, cofundador de Facebook.

Esa misión la introduce como parte activa del debate que se produce en el Partido Demócrata para crear una agenda política como respuesta a Trump.

En ese espacio conoce y entra en el círculo de Kathleen Kennedy -primogénita de Robert, única mujer del clan Kennedy que ha ocupado un cargo electo- y coincide con Kamala Harris, hoy vicepresidenta del país, durante unas jornadas para ahondar en el camino trazado para hacer frente al entonces presidente, cuya victoria, años antes, marcó uno de los días más tristes de su vida. En su mente permanece como un trauma el denso silencio que, al día siguiente del triunfo de Trump, se apoderó del siempre ruidoso metro neoyorquino, donde no cesaban de caer lágrimas sobre ese mar de diversidad que viaja por el subsuelo de Manhattan.

Concluida la etapa americana, Ximo Puig le ofrece hacer en la Comunidad Valenciana lo que había desarrollado en Nueva York: análisis político. Acepta el encargo y llega la pandemia, que decide combatir junto a destacados investigadores de la región, entre ellos la ingeniera Nuria Oliver, a través del análisis de datos y predicciones para el covid-19.

Por ahí sigue Ana Berenguer, con planes de futuro marcados en su tierra, donde ya no siente la necesidad de susurrar a sus hijos «Mediterráneo» de Serrat tal y como hacía en Nueva York al añorar Alicante. Le basta con recordar los acordes de «Mi dulce Ana», la canción que le escribió su abuelo Luis, el monovero, para tener bien presente que por fin está donde quería estar.