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El profesor Keating (Robin Williams) en El club de los poetas muertos.agencias

Pedagogía de la mirada

Ínigo Marzábal y Carmen Arocena son los editores de un volumen colectivo que lleva por título Películas para la educación (Cátedra, 2016)

Introducir el cine en la escuela supone para el adolescente una oportunidad para descubrir este arte, cada vez más oculto en el laberinto audiovisual actual. Destinado, especialmente, al alumnado y profesorado de Secundaria, Bachillerato y Ciclos Formativos, aunque que el libro puede resultar de interés para cualquier cinéfilo pues también puede ser leído como un diccionario temático de películas. La mayoría de ensayos en torno al cine, editados en los últimos años, suelen inclinarse del lado didáctico del cine como herramienta audiovisual para ilustrar materias como la historia, la literatura o la filosofía. En estos casos el cine no deja de ser un medio para otros fines educativos superiores: «utilizan las películas como excusa, como mera ejemplificación de algún planteamiento teórico general previamente establecido». Resulta paradójico que mientras la escuela defiende el valor hegemónico de la palabra frente a la imagen, fuera del aula esta relación se invierte. Por eso resulta menos habitual encontrarse un ensayo donde prevalezca la perspectiva del cine como lenguaje artístico que construye una narración y una visión del mundo. En este sentido, el análisis fílmico busca desentrañar no solo lo que dice una película sino también el modo en que dice lo que dice. El libro que reseñamos aquí logra integrar y complementar ambos puntos de vista: la forma y el contenido de cada película.

De ahí que la estructura del libro esté organizada en diferentes bloques temáticos que incluyen aspectos concretos que son tratados a partir de una selección de películas establecidas para cada sección. El abanico temático es amplísimo y ofrece una radiografía social de nuestra época. Los bloques temáticos son los siguientes: Relaciones personales, Socialización, Moral, Derechos humanos, Política, Vida biológica y Posmodernidad, a su vez subdivididos en los conceptos de amor, amistad, sexo, familia, educación, comunicación y redes, norma, justicia, felicidad, libertad, igualdad y discriminación, solidaridad, poder/corrupción, guerra/terrorismo, totalitarismo, principio de la vida/aborto, enfermedad terminal y muerte, ecología/tecnología, violencia, alteridad/multiculturalidad, consumismo, narcisismo y otras adicciones.

De las 42 películas analizadas, prevalecen los títulos contemporáneos (31 se realizaron desde los años noventa hasta la actualidad) frente a los clásicos. No obstante, al inicio de cada bloque aparece un listado en el que figuran otros clásicos cinematográficos que han abordado temas similares. Los criterios de selección aducidos por sus autores se basan en la búsqueda de un equilibrio entre la adecuación temática (evitando los argumentos maniqueos y destacando sus «zonas de sombra») y la calidad cinematográfica (superando la disyuntiva entre cine mainstream y cine independiente). A pesar de que la selección es amplísima, siempre habrá espectadores que echen en falta alguna película. Pero creo que la intención de los autores es proponer un modelo de análisis que pueda el espectador hacer extensible a otros títulos de su memoria cinematográfica.

La estructura de cada película considerada en el libro es la siguiente: una ficha técnica, una sinopsis, una breve contextualización cinematográfica (con referencia a la filmografía y a los intereses del cineasta) y un análisis fílmico que desglosa las secuencias más relevantes, mostrando cómo los argumentos narrativos e ideológicos de la película adoptan una determinada forma cinematográfica (elipsis, plano-secuencia, etc.).

La lectura del libro ofrece interesantes itinerarios temáticos y cinematográficos que se van entrecruzando en la mente del espectador. Así, por ejemplo, al tratar el tema del amor en Dos en la carretera (Stanley Donen, 1967), definida como fusión de «road movie, una comedia romántica y un amargo ensayo visual sobre el matrimonio y sus obstáculos», se hace referencia a sus antecedentes, como Te querré siempre (Rossellini, 1954) así como a la trilogía de Linklater sobre las tres edades del amor. Los nuevos mecanismos de socialización aparecen reflejados en La red social (David Fincher, 2010), biopic sobre el fundador de Facebook, y en Her (Spike Jonze, 2013) que retratan la soledad, el narcisismo y las nuevas adicciones provocadas por las frágiles relaciones virtuales.

La educación es analizada a partir de dos películas: El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989) y El milagro de Ana Sullivan (Arthur Penn, 1962), aunque se hace referencia también a otros títulos inolvidables como Los 400 golpes (Truffaut, 1959), Hoy empieza todo (Bertrand Travernier, 1999) o La clase (Laurent Cantet, 2008).

El club de los poetas muertos nos servirá de ejemplo para explicar cómo la forma y el contenido se fusionan en las páginas de este libro. El análisis fílmico muestra el modo en que se encarnan visualmente los dos modelos educativos que entran en conflicto en la película. Por un lado, Welton representa la escuela tradicional, basada en el honor, la disciplina y la excelencia, cuya puesta en escena se caracteriza por el uso recurrente de planos estáticos (que reflejan la solemnidad e inmutabilidad del lugar) y picados (que acentúan la insignificancia de los alumnos frente a la superioridad del saber tradicional y autoritario que los contempla). Ese modelo educativo será puesto en cuestión con la llegada de un nuevo profesor, el señor Keating, que representa una pedagogía vitalista, creativa y hedonista. Keating aspira a que sus alumnos sean autónomos, que piensen por sí mismos. «Aprenderán a saborear las palabras y el lenguaje», les dice. Pero lo que Keating quiere transmitir a sus alumnos no solo lo hace a través del contagio de las palabras (Whitman, Shakespeare o Thoreau). Su profesor también desea también que sus alumnos adquieran una mirada propia sobre la vida y el mundo; «debemos mirar constantemente las cosas de un modo diferente» les dice un día en clase. Cuando Keating les enseña a dudar, la cámara se desplaza incitando al movimiento del alumnado. Para expresar visualmente este pensamiento, Weir emplea numerosos travellings circulares. Esa nueva perspectiva visual de autonomía se alcanzará al final de la película, en la célebre escena de despedida al señor Keating, cuando los alumnos se alzan en pie sobre sus pupitres al grito de «Oh, capitán, mi capitán». De este modo se invierten los términos visuales con respecto al picado inicial de la película.

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