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Hannah Arendt y la literatura

Poesía contra los monstruos

Una exploración colectiva en torno al papel de la literatura en la filosofía de la pensadora alemana Hannh Arendt

A Hannah Arendt no le gustaba nada que le llamaran filósofa. De hecho, no tenía en gran estima a los filósofos ni a sus grandes edificios teóricos. Muy otra era su percepción de la poesía, a la que siempre estimó como la mejor defensa de la singularidad humana y aún más: su daimon, más potente que el sujeto mismo. La filósofa y filóloga Nuria Sánchez Madrid nos lo explica con elegante exactitud en la presentación de este libro coescrito por ocho lectores y lectoras que comparten con Hannah Arendt su común pasión por la literatura. Lessing es una referencia inevitable en estas páginas, entre otras cosas, como recuerda Fina Birulés, por ese «gusto del mundo» que llevaba a ambos escritores judíos, en siglos muy distantes, pero también muy afines, a un pensar político que permitía esperar cierta iluminación aun en los tiempos más oscuros. La inmersión en un pensamiento que es en el fondo un diálogo anticipado con los otros era una virtud literaria de Lessing que la Ilustración terminó por olvidar, pero que Arendt redescubrió en autores tan admirados por ella como William Faulkner. Las narraciones polifónicas del novelista -Mientras agonizo o Una fábula- y su adopción de «una multiplicidad de perspectivas para ofrecer una visión objetiva de la realidad» serían la mejor prueba de una militancia por la identidad humana, que Arendt siempre cultivó. También la buscó en Dostoievski o en Melville, aunque fuera para ilustrar mediante algunos de sus personajes (Cristo en el El gran inquisidor o el marinero Billy Bud) las consecuencias destructivas de una absoluta bondad natural. Frente a esa destrucción de lo político, Arendt volvió en distintas ocasiones a los versos agonales de Homero para demostrar, como explica Germán Garrido, que la realidad humana yace en la apariencia pública: «allí donde nuestros actos pueden ser vistos por otros». En el capítulo inequívocamente titulado «Poética de la extinción», Nuria Sánchez reconstruye la tensa relación entre la autora de La condición humana y Franz Kafka, a partir de sus diferentes aunque no contradictorias maneras de entender el vínculo entre la especie humana y la forma de la Ley; esa forma que para Arendt tenía rasgos apolíneos, pero en la que el checo siempre advertió la violencia de su realidad normativa «hasta dejar el cuerpo hecho trizas». Lo que realmente intrigaba o estimulaba a Hannah Arendt de la literatura y, más aún, de la novela moderna era su capacidad para producir pensamiento y ponernos delante del mundo con una mirada social: justo ese fue el núcleo de sus múltiples referencias a Proust y su arte nuevo de hacer salir el interior afuera. Evidentemente no podía faltar Brecht, sobre el que Arendt no escribió muchas páginas pero en quien Tomás Domingo rastrea dos conceptos que recorren, por caminos distintos, la idea del bien de Hannah Arendt: la banalidad y la fragilidad. Hermann Broch también es aquí obligada referencia en la medida en que su reflexión literaria sobre la experiencia del desorden del mundo moderno es un atributo esencial de esos «tiempos de oscuridad» del siglo XX. La relación de Hannah Arendt con la literatura fue mucho más allá de su afición lectora. Sabemos que escribió poemas durante toda su vida, y que la poesía era para ella una forma de curarnos de la historia. Nuria Sánchez, en fin, ha rescatado esa esperanza terapéutica de los diarios de quien fue filósofa a su pesar: «¿Para qué poetas? Para proteger nuestra vulnerabilidad intrínseca, expulsar a los monstruos de una razón inconsciente de sus límites y mecer nuestros sueños».

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