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El actor Vito Sanz pone cara a Alberto, el protagonista de A este lado del mundo.

Cine que pregunta

"A este lado del mundo" se acerca al fenómeno migratorio sin fijar las respuestas y con una distribución personalizada de su director, David Trueba, en tiempos de pandemia

David Trueba (Madrid, 1969) acostumbra a hacer en los últimos años un cine de guerilla, con equipo pequeño, pocos personajes y guiones muy elaborados, sin cadenas de televisión detrás ni grandes producciones. Ya lo hizo así un verano en Madrid 1987 (2011) encerrando en un baño a María Valverde y José Sacristán. Después se llevó la gloria con la luminosa Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013), ganadora de seis premios Goya que al director le sirvieron de poco para su siguiente película, Casi 40 (2018), donde los protagonistas de La buena vida (1996), su ópera prima, se volvieron a encontrar en un coche de ruta por librerías.

Lo último del escritor y cineasta, A este lado del mundo, es otra de esas películas que califica de «pequeñas» sin serlo, que rodó antes del covid-19 sin hacer ruido y a la que la pandemia sorprendió cuando estaba lista y sin cines donde proyectarse. Logró estrenarla este verano en el Festival de Cine de Málaga y, gracias a los Odeón Multicines, Trueba pudo presentarla el pasado viernes en Alicante –hoy es el último día de proyección– antes que en Madrid o en Barcelona.

La película se acerca al fenómeno fronterizo y nunca resuelto de la inmigración y fija la mirada en Melilla, donde cada año miles de subsaharianos intentan cruzar la valla –antes con concertinas, ahora con barrotes –y para quienes, como el director aclara, lo de menos después de la travesía es la valla.

Anna Alarcón representa a Nagore en A este lado del mundo.

Pero en A este lado del mundo el espectador no ve inmigrantes saltando el muro alambrado, ni sus dramas, ni explicaciones con artificios del problema de quienes quedan atrapados entre dos mundos. Trueba elige la valla como ejemplo vergonzante de democracias desarrolladas –«quien se protege con una valla se encierra», suele decir– para recordar la realidad diaria que se vive en el Mediterráneo, pero el foco lo pone en el español medio (interpretado por Vito Sanz, un ingeniero que se desplaza a Melilla a reforzar la valla) que ve el problema de lejos, que no se hace preguntas porque prefiere no responderse y dejar que sean los gobiernos quienes se sacudan la responsabilidad ante un problema de difícil solución.

«Un guardia civil me explicó que, más o menos, el número de inmigrantes que entra cada año de forma ilegal es el mismo. Si refuerzas la valla entran más por el mar, si refuerzas el mar y la valla entran por las fronteras europeas. Lo mejor sería racionalizarlo y fijar cada año el número de gente que vamos a recibir e intentar recibirlos con la mayor dignidad y sabiendo, también, que los necesitamos. Luego, por supuesto, poner más atención en el lugar de origen y ver qué razones llevan a tantísima gente a escapar de sus países en busca de un futuro. Es fundamental hacer una reflexión sobre eso», indica el director, que no traslada su opinión al filme y, a través de personajes enfrentados, o no tanto, expone posturas lejos de buenismos y propuestas paternalistas.

El cineasta lo explicó en su visita a Alicante: «A lo mejor yo ya tengo fijada una opinión sobre este asunto, pero me gusta poner a un personaje que no sea como yo, que en este caso sea más indiferente a un problema del que no tiene tanta información o tanta ideología», indica David Trueba, a quien no le gusta «predicar para convencidos» sino «enfrentarte a quienes no piensan como tú» para «perturbar un poco» al espectador y que salga «más confuso» del cine.

Esa idea de nadar contracorriente también la ha puesto en práctica en la exhibición. En tiempos de restricciones donde las plataformas reinan y las distribuidoras flaquean, Trueba tiene su película disponible en alquiler desde su página web «sin necesidad de que estén en una tarifa plana con un catálogo que Netflix o cualquier otro haya elegido, y para que haya una cierta libertad de mercado. Con cada película tienes que buscar cómo recuperar el dinero gastado y ahí entra todo el ingenio posible».

Pero también la ofrece a los cines que quieran exhibirla, y se desplaza para presentarla y charlar después con los espectadores, como hizo en Alicante, algo que hoy refuerza a las salas en esta época de incertidumbre. «Los cines van a ser nuestra única salvación porque la libertad en el mundo audiovisual, en manos de monopolios, no es fácil», apunta Trueba quien defiende la pantalla grande como uno de los pocos hábitos culturales colectivos, ahora en peligro, que aún nos quedan como sociedad.

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