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Asun Noales, Big Bang de la danza

El dramaturgo Toni Tordera muestra su admiración por la obra de la bailarina ilicitana

Asun Noales en Rito.

Hablo de memoria. Conocí a Asun Noales durante el Festival Medieval de Elche. Allí le propuse un reto al ponerle sobre la mesa un largo poemario de unas 200 estrofas, árido, denso, escrito en lengua ya casi olvidada y del siglo XV Lo passi en cobles, de Bernat de Fenollar.

Y Asun Noales lo descerrajó usando la llave que le es más suya, la de mujer. Y así reconvirtió el doloroso relato de la muerte de un hombre en la pasión de una madre (Mater) que lo ha perdido. Por cierto, nuestro idioma tiene nombres para señalar al hijo que pierde a su padre: «huérfano», pero no tenemos otro para nombrar a los padres que han perdido un hijo. Hoy he leído que en griego usan una palabra de difícil pronunciación, pero que significa «quemado por la muerte».

Hablo de memoria. Aquella Mater me hizo llorar cuando la vi representar en un teatro de ciudad pequeña.

Hablo de memoria: Rito. Ahora hablo desde la memoria viva, la que me hace decir cosas que digo un poco a ciegas, pero que me desafían a decirlas en voz alta y entre dudas.

Siento que Rito sitúa la acción en los inicios de la humanidad, en la oscuridad de una cueva prehistórica, solo iluminada por un suelo de tierra blanca de la que emergen dos cuerpos, se diría que con forma informe. Como si ,- por sugerir otro relato mítico-, se estuvieran haciendo desde el barro.

Todo en blanco. Un amasijo de cuerpos está rodando por una circunferencia. Nada podía marcar mejor desde el inicio la atrevida ambición del punto de partida: blancura y círculo. Círculo blanco. Blanco sobre blanco, como el lienzo de Malevich dando a luz a las vanguardias del arte contemporáneo.

Otra Danza en Mater. GERMÁN ANTÓN

Lo que poco a poco se levanta en Rito son dos masas de tierra. No son figuras de hombre y mujer, sino una masa de músculos, huesos, arterias, de piezas que parecen ser humanas, pero aún no lo son.

Las creaciones de Asun Noales hacen pensar al espectador intelectual que los conceptos son los que han guiado el arranque y proceso creativo, pero eso sería apropiarse desde la inteligencia especulativa. Lo que hay, tal vez, son ideas o intuiciones que han ido brotando en la sala de ensayos como pasos de danza previos a la cultura, a la humanidad.

El círculo y los dos bailarines son los muros de una gruta ancestral, donde unos homínidos están pintando en sus paredes el nacimiento de la danza. Es un nacimiento incluso anterior al rito, porque aquí no hay liturgia ni protocolo, sino una bola corporal que intenta, como aquellos habitantes prehistóricos y como los que hoy habitamos el horror del siglo XXI, conjurar el peligro mediante la danza.

Big Bang de la danza. Está brotando. Seguramente la danza nació de dos cuerpos en la oscuridad tratando de protegerse ante el peligro real exterior, entonces frente a la naturaleza salvaje, y hoy ante una naturaleza en vías de extinción.

Por fin, para mi sosiego y paz, los dos bailarines unidos por los labios, se muestran como él y ella. Por eso empiezan a realizar trazos de pintura roja por el espacio, ya fuera de la gruta, ya ahora en la inmensidad del círculo de la vida.

En Asun Noales estaba anunciado que tras el histórico esfuerzo que configura el nacimiento de la vida ella tenía que llegar a la fiesta de la muerte. Ni entonces en Rito ni ahora en La Muerte y la Doncella (escrita así, LMLD, es un mensaje «científico», pero críptico al futuro) hay amor romántico o sentimental, sino amor a la vida como el de aquel que estando a punto de ahogarse en el mar, se agita con una coreografía que se aferra la vida.

Y si en Rito las paredes eran visibles pero consistentes, en LMLD los muros son atravesados. Atravesados por cuerpos que sin motores hidráulicos mueven el mundo.

Hablo de memoria. Mejor dicho, la memoria me habla de admiración ante la inmensa obra que está realizando esta mujer.

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