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La ajetreada vida de Cate Blanchett, arquitecta

Cate Blanchett en Buscandoa Bernadette.

Una de las películas más vistas recientemente en plataformas es Buscando a Bernadette, a la que no salva ni Cate Blanchett, la gran premiada este año en Donosti, que, en tanto que protagonista, va hilvanando como puede un guion que empieza en un barrio de Mujeres desesperadas y la lleva por una especie de Buscando a Wally, incluso con espías rusos. Cuando te das cuenta, estás viendo un documental de La 2, o rememorando a la Virgen de Lourdes (a través de Santa Bernadette). Todo ello en la misma película. ¿Y por qué vamos a hablar de ella entonces? Pues porque la protagonista es arquitecta, y para dibujar el personaje aparecen dos edificios –utilizando la traducción ahora tan frecuente– realmente «inspiradores».

La ajetreada vida de Cate Blanchett, arquitecta

Uno de ellos corresponde a la Biblioteca de Seattle, de Rem Koolhaas (Office for Metropolitan Architecture), que es uno de los edificios más destacados del premio Pritzker holandés: un nuevo concepto que mete dentro del espacio arquitectónico jardines, cafés, y hasta Starbucks. Como si del exterior se tratase. Koolhaas, que empezó como periodista y acabó estudiando arquitectura en la Architectural Association (AA) de Londres, donde conoció a Zaha Hadid y a Zenghelis, se ha quedado en bancarrota varias veces, y fue publicando libros como Delirius New York (en la portada, el Empire State y el Edificio Chrysler yacen en la cama fumándose un cigarrillo) o S-M-X-XL, donde va haciendo un compendio alfabético de la realidad constructiva. La vez que le vi (Cambio de Clima, Pamplona, 2016), justo después del Brexit, su obsesión, ya como político más que arquitecto, era precisamente el crecimiento de la maquinaria agrícola, los televisores de los pisos, y las bibliotecas –añadiríamos–, que hacen este mundo más pequeño. Son interesantísimas algunas obras de sus inicios, como la Casa de París, con la piscina encima, o la de Burdeos, que fue, al poco de construirse, declarada classé por el Gobierno francés. Es un gran provocador, y suyos son muchos edificios icónicos, como el de la televisión de Pekín (contrahecho e inestable), u otros muy buenos, como la embajada holandesa de Berlín, que va haciendo al visitante recorrer el edificio por su desarrollo exterior. También el movimiento espiral exterior nos guía en su Casa da Música, en Oporto.

La Biblioteca de Seattle, donde vemos de diva apagada a Blanchett, también se regocija en grandes espacios que van cerrando una malla exterior de gran presencia tanto fuera como dentro del edificio. Pero es quizá en el exterior donde genera ese punto icónico que lo hace ahora inseparable de la imagen actual de Seattle.

El otro arquitecto al que suplanta Blanchett es Hugh Broughton, con quien estuve en Madrid hace años (Open House, 2017) y que nos contó cómo vivir en lugares remotos a 55 grados bajo cero en las bases británicas de la Antártida, que son los edificios que se ven al final de la película. Decía que para vivir necesitamos 22 metros cuadrados, y que la Antártida es la zona más seca, más fría y más ventosa del planeta. Nos mostraba cómo estos edificios tienen «patas» como los de Archigram, porque el nivel del suelo va cambiando. Se desplazan, además, con esquís gigantes tirados por grúas-tractores. Broughton también diseñó para España la base Juan Carlos I (por favor, no le busquen nuevos destinos al rey emérito). Contó, para todo esto, con psicólogos y especialistas en iluminación que tuvieran en cuenta los meses sin sol. Se confesó amante, cómo no, de Star Wars y desveló que también trabaja para la NASA. En Inglaterra es realmente famoso. En Madrid me vaciló con que había visto jugar y ganar a su Chelsea del alma el día antes contra el Atleti en el Wanda Metropolitano, y uno piensa qué curiosa es la cabeza humana. Quizá, para algunos científicos, ver partidos sea la forma de prepararse para pasar seis meses en destinos tan inhóspitos.

Al final de la película, los drones nos ofrecen unos paisajes tan bonitos, entre los agujeros que se producen en los icebergs, que te hacen pensar qué narices haces en el sofá, cómo no estás, si no estás allí, al menos en el cine, volando frente a la gran pantalla, con su sonido o silencio envolvente. Es curioso, al ver este agujero entre el hielo me vino a la memoria el nuevo Museo del Futuro, en el calor extremo de Dubái, que vuelve a crear un icono para, gritando desesperadamente, buscarse un lugar en este mundo tan competitivo. Pero yo me quedo con el hielo natural, con la arquitectura de la naturaleza, sintiendo el frío, y olvidándote de las vueltas que te ha hecho dar el director con su película y también, mea culpa, quien esto escribe.

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