Leemos

Envuelto en la niebla

El existencialismo como eficacia narrativa en Niebla de Miguel de Unamuno

Miguel de Unamuno

Miguel de Unamuno / JoséJoaquínMartínezEgido

José Joaquín Martínez Egido

De vez en cuando apetece un «clasicazo». Se va uno a la estantería de casa y busca y mira, y enseguida aparece algo apetecible y que hace mucho tiempo que no ha leído. Eso me pasó esta semana con Niebla (1914; Bruguera, 1985) de Miguel de Unamuno. Es una novela que leí, según consta en mi ejemplar, en enero del 86, en plena carrera universitaria y que, posteriormente, he utilizado en muchas de mis clases por diversos motivos, sobre todo por la modernidad que representó esta novela, o «nivola», hace más de 100 años y porque con ella puede entenderse la metaliteratura en su dimensión productiva.

La historia de Augusto Pérez, un burgués melancólico, romántico y acomodado que vive dentro de su propia vida, de la que duda de si es o no real, huérfano desde hace dos años y que despierta a la realidad con su enamoramiento maniqueo hacia Eugenia, se convierte en el hilo argumental de una historia, aparentemente, nada novelesca. Esto la coloca en la línea más vanguardista de la novela del siglo XX, y se decanta hacia la novela filosófica en la que se realizan diversas calificaciones y digresiones tanto sobre la propia existencia del protagonista: «Augusto no era un caminante, sino un paseante de la vida» p. 32; «era rico y solo», p. 36; como sobre la condición vital del ser humano: «¿Es o no es un juego la vida?» p. 43; «El aburrimiento es el fondo de la vida» p.49; «Viene el más triste y el más dulce de los dolores: el del vivir», p. 66. Este pesimismo, y casi nihilismo, es herencia directa de la filosofía imperante a finales del siglo XIX: «El hombre nace bueno, es naturalmente bueno, la sociedad lo malea y lo pervierte», p.89; «Yo no vivía, y ahora vivo, pero ahora que vivo es cuando siento lo que es morir», p. 93; y que tan presente estuvo en la producción de muchos de los escritores de la Generación del 98, hasta para hablar del amor: «¿Y qué es el amor sino metafísica?», p.82; «¿Qué es estar enamorado sino creer que lo está?» p. 85.

Es, quizá, la novela más característica del pensamiento de Miguel de Unamuno, así como la más traducida de su producción. Este éxito se debe en parte al duelo ilógico entre la realidad y la ficción literaria. Se plasma ya en el juego de sus tres prólogos (uno de ellos encargado por el autor a uno de los personajes de la novela, quien recibe un «contraprólogo» del autor con rectificaciones). Este ingenio metaliterario alcanza su esplender en el capítulo XXXI con la visita del personaje al autor en su casa de Salamanca y donde se descubre cuál será el final del protagonista. La dualidad realidad y ficción demuestra la ilogicidad de la vida humana mediante la relación entre el escritor y sus criaturas, todo ello al servicio de las directrices de un ser superior que rige los caminos vitales. Se apunta un mundo posible muy interesante para la ficción literaria.

La obra consta de 33 capítulos cortos, precedidos de los tres prólogos ya comentados y de «Una oración fúnebre por modo de epílogo». Todos ellos narrados en tercera persona y con una progresión semántica lineal, sencilla y carente de elementos argumentales significativos, aunque, a la manera cervantina, con pequeñas historias, casi independientes, de algunos de los personajes. La narración directa y simple se ve complementada por los diálogos directos de los personajes, cuya finalidad es tanto funcional como descriptiva; y con diversos soliloquios del personaje, en especial aquellos que tienen como receptor único a su perro Orfeo al que se le dota de una humanización solo presente en Augusto: «Porque tú eres joven todavía y no tienes experiencia de la vida. Y además eres perro», p. 65.

Y ¿Por qué deberíais de leer esta novela? Porque representa toda una manera de entender el mundo en momentos de crisis personal, envuelto en la niebla sin asideros, y porque es adalid de toda una época fabulosa de la literatura española. Pero, sobre todo, porque es una pieza fundamental para la formación lectora de cualquiera de nosotros. Vamos, un clásico irrenunciable.