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Las cosas que nadie rompe, pero se rompieron

Ricardo de Querol se pregunta en La gran fragmentación por qué hasta lo intocable de internet está devaluándose

Las cosas que nadie rompe, pero se rompieron

Ricardo de Querol (Madrid, 1968), periodista de El País, exdirector de Cinco Días, es una de las personas más sensatas y sensibles que conozco en el oficio. En todo lo que hace, como periodista y como ciudadano, su fijación es la de hacer el bien, contar lo que sabe o lo que ve, o lo que ha visto, con sencillez y profundidad, como si fuera un doctor de enfermedades raras que él diagnostica con el mejor espíritu, el de salvar al paciente.

Ahora se ha puesto Querol la obligación de acudir en un auxilio de una enfermedad que es a la vez un misterio encerrado en una pregunta: ¿qué pasó con las fábricas de internet, que parecía que iban a salvar a la humanidad, con sus diseños perfectos, con su porvenir multimillonario, para que ahora estén, como el famoso tango de Carlos Gardel, cuesta abajo en la rodada?

Un grafiti famoso hallado en una pared de Quito, y descubierto por el poeta Jorge Enrique Adoum, le pone cerco a esa interrogante sobre el futuro de lo que en un tiempo fue el único futuro: «Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas». Querol argumenta su libro La gran fragmentación, con la misma audacia que el grafitero, cambiando de sitio las preguntas para hacer que la duda no sea un invento necesario.

En ningún caso, de cabo a rabo del texto, él culpa al invento de internet, ni a los que actualmente lo usamos por millones en todo el mundo, de la crisis presente, que permite culpar a internet hasta de la crispación contemporánea, pero nos acerca a las interrogantes que hace tiempo habría sido imposible hacerse.

Ricardo de Querol La gran fragmentación Arpa 280 páginas / 19,90 euros

Cuando internet se abrió paso, eliminando muchas de las fórmulas tradicionales del periodismo, por ejemplo, los que pudiéramos tener el atrevimiento de dudar del poder sin freno del invento fuimos tachados de agoreros nostálgicos que en realidad estábamos deseando que el pasado venciera el futuro. Esto, por cierto, generalmente no ha ocurrido, pero sí es lícito, como hace Querol en todo su libro (258 páginas de apasionante desvelamiento), preguntarse qué demonios ha pasado para que hasta lo intocable de internet esté ahora devaluándose como sitio que iba a emplear a millones y que, de momento, está expulsando a cientos de miles.

Tampoco ha conseguido internet doblarle el pulso al libro con el que leíamos siempre, y le está costando (en España le está costando menos, pero ese es otro cantar) vencer a las prensas de diarios que resisten igual que resiste el papel de los libros también en nuestros lares. El cine está tocado del ala, porque las plataformas de streaming están ganando batallas, aunque sus armas sigan siendo los buenos guiones y los buenos actores. Nadie ha podido (ni podrá) con los inventos que nada tienen que ver con el futuro perfecto (el teatro, por ejemplo), y la lectura de los clásicos sigue produciéndose en el ámbito en que también tenía efecto el placer literario de los tatarabuelos.

Es un libro vital, lleno de conversaciones propias de Querol, hecho con la alegría de contar no solo como un periodista sino como un testigo que, entre las planchas de los periódicos, ha visto los pros y los contras de lo que una vez parecía que nunca iba a tener pegas.

El autor de La gran fragmentación parece a veces Pablo Neruda cuando escribió su famosa ironía sobre «las cosas que nadie rompe/ pero se rompieron». Algunas de las estridentes maravillas de internet no lo eran tanto, se rompieron, o pueden romperse, quedando entre nosotros algunos hallazgos a los que no puede vencer, o tardará en hacerlo, el milagro de aquella red que parecía infalible.

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