Sparks siguen siendo únicos
El dúo californiano conserva su frescura, descaro e inventiva tras más de cinco décadas de trayectoria en un álbum en el que saca punta a sus fuentes inspiradoras de siempre
J. B.
El problema con Sparks suele ser tener que explicar por qué son importantes cuando tan poca gente parece haber oído hablar de ellos, si bien los hermanos Ron y Russell Mael no han andado nunca faltos de admiradores: influyeron a David Bowie y a Queen, han sido favoritos de Depeche Mode y de Pet Shop Boys, y su Kimono my house cambió la vida a Björk, por solo mencionar algunos nombres rutilantes. Y la buena nueva es que Sparks están vivos y bien pese a su muy longeva peripecia: Dios mío, llevan en esto desde 1971, y su nuevo álbum es el 26º de su discografía.
The girl is crying in her latte juega con cierta colisión de estados anímicos, puesto que la melancolía que transmite el título (la escena de la chica que llora en una cafetería llena de gente) topa con un contenido más bien extrovertido, descollante y rico en licencias estridentes, como corresponde a su reputación. El disco les pilla en un buen momento, tras un ciclo de álbumes notable, una entente con Franz Ferdinand que les acercó a otros públicos y un loado documental (The Sparks brothers, de Edgar Wright), así como la banda sonora del filme Annette (Leos Carax), que les suministró un premio César.
El viejo Hollywood
Quedan en el modo de hacer de estos señores de Los Ángeles vestigios orgullosos de aquellos ritmos tribales y las guitarras fuertes, tan propios del glam que los vio nacer. Ahí está la pieza titular (en cuyo vídeo danza otra admiradora ilustre, Cate Blanchett) y en la tan o más fulminante Nothing is as good as they say it is. Sendos pepinazos que contrastan con las incursiones cibernéticas de otros temas con miga, Veronica Lake, tributo al cine noir del viejo Hollywood, y Escalator, ambas situadas en algún lugar entre Kraftwerk y Giorgio Moroder.
Pero Sparks, autores de tonadas vertiginosas como la de This town ain’t big enough for us (1974), se han caracterizado siempre por saber construir canciones ajenas a los cánones, con tonadas excéntricas y arreglos que bien pueden remitir a la opereta o al pastiche, sacando lustre del exceso y del kitsch. Aquí hay que hablar de artefactos desacomplejados como The Mona Lisa’s packing, leaving late tonight, con su crescendo imperial, del ambiente psicópata orquestal de We go dancing o de los aires de musical lunático que envuelven Take me for a ride.
Aunque si hay que ponerse clásicos y melodiosos, ahí está It doesn’t have to be that way, estilizando el tramo último del track list, que culmina con un tema a modo de recapitulación, Gee, that was fun, que no es lo que parece porque tan solo testifica el final del disco, que no de Sparks. Pareja que ha conseguido seguir sonando fresca, ocurrente y descarada tantos años después, y que muy pronto, el pasado viernes actuaron en el Primavera Sound de Barcelona.
- Adiós a los toldos: el invento de Ikea para tener sombra todo el año
- El TSJ avala que Costas rescate un chalé en una playa de Elche porque no consta que el propietario tenga concesión
- El Consell rechaza las nuevas normas de explotación del trasvase Tajo-Segura al obviar el proceso judicial contra su recorte
- ¿Eres de los que no friega el suelo? Los expertos recomiendan hacerlo con esta frecuencia para evitar problemas en casa
- Adiós a Laura Matamoros en Supervivientes: "Será expulsada
- Una hoja de laurel en estos puntos de tu casa y despídete de ciertos inquilinos indeseables
- Preguntan a una joven dónde están las Cuevas de Altamira y pone roja a toda la educación en España
- Adiós al cabecero y a las mesitas de noche: el invento de Ikea que sirve para todo