Ponga una familia disfuncional en su mesita de noche

Andrew Ridker, y Los altruistas, su novela sobre un padre decidido a ser el hijo de sus propios hijos, económicamente hablando, devuelve el género de la familia psicótica que encumbró a Jonathan Franzen a una especie de necesaria casilla de salida

Ponga una familia disfuncional en su mesita de noche

Ponga una familia disfuncional en su mesita de noche / PORLAURAFERNÁNDEZQuemardespuésdeleer

Laura Fernández

Cuando J. D. Salinger inventó a los Glass, la disfuncional familia de genios que protagonizó -por turnos- todos sus relatos, cuando creó a Bessie y Les Glass, los padres -un par de comediantes retirados, una versión menos ostentosamente brillante de, pongamos, Midge Maisel, la protagonista de La maravillosa señora Maisel-, y a sus siete hermanos, todos, sin excepción, desdichadamente superdotados, estaba creando un jugoso arquetipo, el de la familia disfuncional norteamericana, que no ha hecho más que crecer. Como si en el mismo instante en el que la familia empezaba a elegirse, se juzgase igualmente insuficiente, torcida, una mala idea desde el principio que, sin embargo, daba lugar a personajes memorables que de ninguna otra manera podrían haber existido.

Ponga una familia disfuncional en su mesita de noche

Andrew Ridker Los altruistas Random House 320 páginas / 20,81 euros / PORLAURAFERNÁNDEZQuemardespuésdeleer

Podríamos decir, invocando a Tolstói -y a su Anna Karenina-, que todas las familias funcionales se parecen -cuando existen, ¿existen siquiera?- pero que las disfuncionales lo son cada una a su manera. Afortunadamente. Porque lo que las hace disfuncionales es aquello que permite a sus integrantes -y aquí no hay nunca distinción, pues tan obtusos y peculiares son padres como madres, hijos e hijas- escapar a cualquier tipo de convención, o tiranía. A la sola idea de lo colectivo, o lo domesticado. Quizá el momento en el que la familia desapareció en tanto institución en Estados Unidos -cuando lo beatnik primero, y lo hippie después, la flexibilizaron y hasta la convirtieron en algo nada deseable- la literatura empezó a tratar de entender en lo que iba a convertirse.

Los Glass han engendrado cientos de otros personajes, y familias al completo siendo la más ilustre, por considerarse casi un calco, la de Los Tenenbaum, de Wes Anderson. De hecho, el cineasta tiene una especial predilección por familias portentosamente llamativas, raras, únicas, y no se contenta con incluir una en sus obras, sino que a veces las acumula, como ocurre en Asteroid City, su última película, en la que parece que son las familias al completo las que se enamoran de otras familias que están tan perdidas como ella, como si mezclase dos, o tres narraciones a la vez, en la que toda la soledad de planeta aislado que caracteriza a una familia disfuncional pudiese, por fin, compartirse. Pero ¿podía no ocurrir algo así en una competición (científica e infantil) de genios?

Como ente moderno y posmoderno, la familia disfuncional es capaz de captar en la ficción el momento por el que atraviesa el mundo en el que vive excepcionalmente bien. Es decir, puede, a la vez que describe el delicado equilibrio de poder entre sus miembros, señalar en qué punto está ese equilibrio fallando en la sociedad con la que convive. Eso hizo de Las correcciones, de Jonathan Franzen, la clase de clásico en el que se convirtió. Ahí estaban los problemas con los tranquilizantes de los mayores -que, aunque empezaban a abundar, eran aún algo oculto a simple vista-, la falta de atención -y cuidados-, la obsesión por la productividad y el abandono de una clase media agonizante, una clase media que fingía seguir existiendo cuando ya era historia.

Lo más probable es que Andrew Ridker, jovencísimo escritor neoyorquino -nació en 1991, así que tiene 32 años-, se dijese en algún momento que, de mayor, quería ser como Jonathan Franzen. O, simplemente, formar parte de esa creciente colección de novelas sobre familias psicóticas, como diría Douglas Coupland -autor de Generación X pero también de una bomba llamada Todas las familias son psicóticas- que, si bien creció exponencialmente a finales de siglo XX -entre los 80 y los 90- se detuvo a principios de los 2000, pese a que fue entonces cuando irrumpió A. M. Homes y su visión salvaje del suburbio -no se pierdan Ojalá nos perdonen-, porque fue entonces cuando pareció que dejaba de resultar divertido no encajar porque no encajar podía ser peligroso.

Lejos de la sátira

Puede que fuese la masacre del instituto Columbine -el tiroteo adolescente más famoso de la historia- lo que alejó la idea de lo disfuncional de la sátira, y la condenó a tomarse demasiado en serio, o desaparecer. Por eso la primera novela de Ridker, Los altruistas (Random House), tiene algo de pequeño milagro, porque es capaz de resultar tan seria como lo son los extremos de la culpa capitalista -ahí está Maggie, la hermana santa, que está incluso dejando de comer porque se considera en extremo afortunada; y ahí Ethan, que acumula para sentir que existe y porque cree que lo merece-, y su motor roto -el de aquel que debe proveer y ha dejado de hacerlo: el padre hecho adolescente-, y a la vez conservar el espíritu rebelde, y absurdo, de la propia idea de lo disfuncional.