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Calidad literaria popular

Calidad literaria popular

Calidad literaria popular / JoséJoaquínMartínezEgido

José Joaquín Martínez Egido

¿Qué une al Harry Potter de J. K. Rowling (1997), al Código da Vinci (Random House, 2003) de Dan Brown y a La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón (Planeta, 2001)? Pues el que sean tres fenómenos editoriales en el cambio de siglo y el que devuelvan la novela a su estado más puro y tradicional, es decir, al valor de la historia, de la narración, por encima de todo lo demás, mediante un tono culto, a veces cercano a lo erudito, pero accesible a todo el mundo, si bien puedan ir dirigidas a lectores diferentes. De ahí que puedan ser consideradas ya obras maestras populares o, en lenguaje editorial, best sellers, o superventas, de calidad.

La sombra del viento es la tercera obra más vendida en español, tras El Quijote y Cien años de soledad. Por eso, intentar hacer una reseña es siempre complicado, ya que se supone que quien se acerque aquí, ya la conoce. (O no, que ya tiene sus años). Mi primer acercamiento a su lectura fue por la recomendación de una compañera, por el apasionamiento con el que contaba lo que estaba leyendo, a pesar de la enfermedad que padecía. Coincidió también con un momento muy dramático de mi vida y supuso para mí una gran evasión el adentrarme en sus páginas, en ese mundo de Daniel Sempere, de Julián Carax y del Cementerio de los libros olvidados, así como de todos los extraordinarios personajes secundarios, como el inolvidable Fermín Romero de Torres. Su lectura, si no olvidar, sí logró amortiguar parte de lo que me tocaba vivir, de ahí esos sentimientos encontrados que siempre me supone su relectura. La volví a leer cuando en 2020 murió su autor y me retrotrajo a casi veinte años atrás con una mirada mucho más compleja; y esta semana, he vuelto a esa Barcelona con esos elementos de magia que la novela encierra.

La sombra del viento es una novela de amor trágico mediante los mimbres de la narración de intriga y la creación de un mundo posible con tintes mágicos. A través de una Barcelona de postguerra, clasista, espectral, gris y húmeda, Carlos Ruiz Zafón crea un artefacto literario muy complejo, pero que posee una legibilidad muy buena, mediante la distribución del material en secuencias y diferentes capítulos que guían al lector y sustentan la trama. Opta por un narrador personaje, Daniel, en primera persona, que no es fácil en las novelas de suspense; de ahí que tenga que recurrir a personajes como Fernando o Nuria, para que cuenten, bien de viva voz, bien en unos folios, parte de la historia que, evidentemente, Daniel no pudo conocer. Como he dicho, el amor es el tema principal de las dos historias que se imbrican en la novela, con claras reminiscencias del romanticismo europeo. Pero esos amores se recubren de traiciones, de odio, de amistad y de buenos sentimientos; y de muerte. Ruiz Zafón desarrolla el argumento mediante la técnica de la hibridación, en la que el suspense y el folletín, entendido como sucesión de acontecimientos melodramáticos, recubren y dan fondo, respectivamente, a todo. Y, a su vez, se respecta el decoro poético que supone el que cada personaje se exprese de acuerdo con su condición, sin descartar el humor («Una anemia de invención plagaba mi sintaxis y mis vuelos metafóricos me recordaban a los de los anuncios de baños efervescentes para pies», p.18). Además, también es patente el deseo conseguido de marcar un punto literario y poético, tanto en momentos concretos, sensacional siempre el personaje del padre de Daniel y memorable el episodio de la estilográfica, como en las descripciones («Estaba amaneciendo y un filo de púrpura rasgaba las nubes y salpicaba las fachadas de los palacetes y caserones señoriales que flanqueaban la avenida del Tibidabo», p.78).

Y ¿Por qué deberíais de leer esta novela? Porque es un monumento a la literatura popular de calidad, entre la realidad y la magia, y un hito en la novela española, tanto por sus ventas, como por sus críticas; porque representa perfectamente lo que es el acto de la lectura, de abandono de tu presente y de adentrarte en un mundo posible que te atrapa; porque testimonia que la literatura forma parte ineludible de nuestras propias vidas; y porque, ciertamente, nos ayuda a que seamos un poco más felices siempre.