DRO, el sueño marginal que puso música a la Movida

DRO, el sueño marginal que puso música a la Movida

DRO, el sueño marginal que puso música a la Movida / porJesúsZotano

Jesús Zotano

Del mismo modo que los streamers han puesto hoy patas arriba toda la programación audiovisual –hasta hace poco monopolizada por las cadenas de televisión–, durante los años ochenta, los creadores del sello independiente Discos Radiactivos Organizados (DRO) patearon uno a uno los acomodados traseros de las grandes discográficas que operaban en nuestro país. Y lo hicieron desde los márgenes de la industria y con el único motor de la ilusión por difundir el trabajo de las bandas emergentes.

Con la muerte del dictador, en 1975, la modernidad entró de golpe en España, lo que originó inmensos cambios sociales, políticos, económicos, culturales… El mundo de la creación, hasta entonces encorsetado bajo el falso manto de la decencia y el puritanismo, vivió su ansiada primavera punk. En los ochenta, todo lo que se tenía por underground comenzó a ser tendencia. Desde un modesto piso de la madrileña calle Zabaleta, propiedad de los padres de Servando Carballar, la pandilla de amigos reunida en torno a Aviador Dro terminó dando luz a la discográfica independiente que sonorizó a la Movida Madrileña. El sello surgió en 1982 para autoeditar las canciones del grupo, pero DRO terminaría aglutinando en su catálogo a la mejor música española del momento: Siniestro Total, Gabinete Caligari, Nacha Pop, Hombres G, Los Nikis, Loquillo y Los Trogloditas, Parálisis Permanente, Duncan Dhu…

La periodista Laura Piñero ha invertido cinco años para dar forma a Aquellos años accidentales (Libros Cúpula), un volumen que recoge las vivencias de esos jóvenes ansiosos por ser escuchados y a los que ninguna compañía de discos hizo caso. «Se lanzaron a la piscina sin saber si tendría agua», destaca la autora, que recoge el testimonio de numerosos protagonistas de aquella eclosión creativa, desde los propios músicos (Julián Hernández, David Summers, Mikel Erentxun, Fito, Alaska, Loquillo, Ana Curra) a periodistas (Jesús Ordovás, Diego A. Manrique, Rafael Revert), productores (Paco Trinidad, Eugenio Muñoz, Jesús N. Gómez, Paco Martín) y personas implicadas en el efervescente circuito musical, como el dueño de Escridiscos (Pepe Escribano), el responsable de la programación del Rock-Ola (Lorenzo Rodríguez) o los creadores de Discoplay (Rafa Cañil), entre otros.

Las andanzas de DRO pronto se cruzaron con las de GASA y Tres Cipreses, otros dos sellos alternativos nacidos de la necesidad de los músicos. La unión de todos ellos dio forma a la «santísima trinidad» discográfica española: una empresa artesanal que a base de tesón, imaginación y amor por la música se convirtió en el faro de toda una generación. Los comienzos no fueron, ni mucho menos, un camino de rosas: debían llevar los discos bajo el brazo a las tiendas y bares, convencer a las emisoras para que los pinchasen y luchar contra el férreo –y corrupto– sistema establecido.

El sueño de DRO se transformó en una realidad y la euforia cristalizó con la absorción de Twins, otro pequeño sello. Al comprobar que el éxito crecía y crecía, los grandes peces de la industria aprovecharon el dulce momento de DRO para imponer sus normas: primero con suculentas contraofertas a Loquillo y Gabinete Caligari por parte de Hispavox y EMI –que acabaron fichando a ambos– y después asestando el gran golpe en forma de cheque millonario. Así fue como Warner se hizo con DRO en 1993.

La fusión, en palabras de Diego A. Manrique, «no fue la tragedia que muchos esperaban», ya que el espíritu de la independiente se mantuvo durante años, puesto que siguieron trabajando de forma autónoma dentro de la todopoderosa discográfica. Por la puerta del llamado «gen DRO» entraron en la nómina de Warner bandas, en principio consideradas marginales, como Extremoduro, Fito y Fitipaldis o Los Rodríguez. A finales de los noventa irrumpió la piratería y la fiebre por Operación Triunfo. Las cosas volvieron al redil y se impuso la apuesta por artistas más convencionales (Álex Ubago y Laura Pausini son buena prueba de ello). Con ello llegaría, tras cuatro décadas de actividad, el fin de una era irrepetible en la música de nuestro país. Puede que fueran accidentales y accidentados, pero ¡vaya años aquellos!.