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El zumo de naranja y el amor

Cuando la alegría viene a verte (aunque sea finalista de los últimos premios Planeta): Alegría de Manuel Vilas

Manuel Vilas

Manuel Vilas / JoséJoaquínMartínezEgido

José Joaquín Martínez Egido

En tiempo de otoño llega el Premio Planeta encaminado a la temporada comercial de Navidades. Y con el Planeta llegan las críticas, como otra tradición prenavideña más. Aunque las de este año suben más arriba si cabe, al llegar a la propia autoinmolación del premio, según Jordi Gracia desde las páginas de El país, en donde refleja amargamente la realidad de este galardón. Y es cierto. Pocas veces se leen críticas tan severas y fundamentadas como esta, la cual me ha recordado a la publicada en 1996 por Ricardo Senabre en ABC a propósito del Nadal de aquel año. Ahora, a veces, pocas, el premio te sorprende para bien, como ocurrió en 2019, con Javier Cercas y Terra Alta (Planeta, 2019) y, sobre todo, con el finalista Alegría (Planeta, 2019) de Manuel Vilas. Por ello, estas semanas he vuelto a leer la novela de este último que, vaya por delante, antes de abrirla en su momento, ya me tenía ganado. Uno que es lo imparcial que puede.

Es cierto que, aunque no se publicitara como la segunda parte de Ordesa (Alfaguara, 2018), sí que aprovechaba su éxito para ser la finalista del premio Planeta 2019; porque, dada la literariedad de este autor, no me parecía que encajase en la masiva clientela de este premio.

Con Alegría se invalida el dicho de que «segundas partes nunca fueron buenas», ya que buena es, aunque es cierto que carece del factor sorpresa para mí y por ello se disfruta de otra forma, si se ha leído antes Ordesa. El lector vuelve a encontrarse con el autor en primera persona contando casi las mismas cosas y situaciones, que, en su novela anterior, pero de forma algo más ligera, mostrando los sentimientos ya digeridos y, en cierta forma, sin la gran poeticidad de la anterior, pero con momentos maravillosos como el zumo de naranja (p.26-27). Aquí radica parte de su encanto. En Alegría el hilo aglutinador, que no argumental, de la novela es el periplo también anárquico que vive ante el éxito de su novela por media Europa y América, redactado en 107 secuencias numeradas, con las mismas características formales.

Las obsesiones también son las mismas, pero la visión ante todo ha cambiado, que no el porqué de su creación. Ahora ya no hay que justificar nada, por el contrario, todo se admite con lo que se produce el sentimiento de la alegría, que poco tiene que ver con la jovialidad, y sí mucho más con la autoaceptación y el disfrute personal que esta conlleva. Este concepto lo toma de unos versos de José Hierro que lee en un pasquín del metro de Madrid, cuyo principio es «Llegué por el dolor a la alegría» y que él mismo redacta en el primer párrafo de su libro: «Todo aquello que amamos y perdimos, […] todo aquello que, tras su pérdida, no pudo destruirnos, […] acaba, tarde o temprano, convertido en alegría» (p. 9). Porque, como en su obra anterior, la novela vuelve a ser un ejercicio de agradecimiento a la vida.

Ahora cambia los sobrenombres de sus personajes de músicos en la anterior, por actores; y aparece su segunda mujer, Mo, como alguien perfecto para compartir su vida; y la creación del personaje de Arnold, en honor del inventor del dodecafonismo, al que hay que descubrir dentro de su cabeza; y, sobre todo, la conceptualización de sus hijos como la manifestación del amor próximo y la razón del ser; eso sí, sin aparecer nunca la madre de estos. Y como marco y fondo de todo, sus propios padres, quienes lo inundan todo. Con la tesis de que toda la proyección que ha habido de su padre en él ahora debe ser prolongada en la influencia de él hacia sus hijos, siendo esto lo que él espera con ansia, lo que realmente debe configurar su alegría. Una delicia.

Y ¿por qué deberíais de leer esta novela? Porque es una novela que insiste en la idea del agradecimiento a la vida, del entendernos cómo somos, tanto desde nuestra propia historia, como en nuestra proyección futura cuando ya se han vivido muchos años. Y porque lo mejor es la realidad de su no derrota, que no victoria, y quizá todavía más su estado de alegría, sentimientos que entiendo muy bien porque los conozco y los puedo compartir con él en su novela.