Una disfrutable tragicomedia

Madness reaparece en buena forma con Theatre of the absurd presents C’est la vie, un álbum con visos de espectáculo de music hall

Una disfrutable tragicomedia

Una disfrutable tragicomedia / INFORMACIÓN

J. B.

Haciendo caso omiso a la directriz comercial de evitar los discos largos que exijan atención continuada, Madness entrega un álbum generoso y teatral, con hilo narrativo y un mensaje de fondo que apunta al bonito caos que nos rodea. Esta atolondrada tropa de Camden Town se armó de razones en el período pandémico, ha dicho, para construir un «antídoto perfecto» al desconsuelo sin por ello mirar hacia otro lado: a su teatro del absurdo no le falta el humor despiadado, envuelto con primor en un cancionero que casa el pop con la opereta y el music hall en la alta tradición de los Kinks.

Este es un álbum sujeto a un concepto unitario, como lo fue el también álgido The liberty of Norton Folgate (2009), y que nos habla de la madurez de Madness, 44 años después de aquel One step beyond. Aquí siguen seis de sus siete integrantes originales, con el ácido (y melodioso) desparpajo vocal de Graham Suggs McPherson al frente, en un disco que se prolonga hasta los 56 minutos en 14 canciones, a las que se suman otros seis tracks que no son sino injertos narrativos a cargo del actor Martin Freeman. Ya en los preliminares, Suggs nos sitúa en un teatro cerrado a cal y canto, sin escapatoria, animándonos a asistir «al cabaret más cruel» entre cenefas orquestales victorianas.

Desfila un cancionero que apunta hacia paisajes, comportamientos y puntos de vista cambiantes, todo ello confluyente en un retrato del mundo sarcástico. Se abre paso el relato negro de Baby burglar, en torno a una figura desnortada, metafórico ladrón de bebés, y el galope de C’est la vie, tema portador de fatalismo exculpatorio a (matizado) ritmo de ska: «No estoy haciendo esto, es la vida / Así son las cosas». En Lockdown and frack off se evoca la paranoia en torno al covid-19, y Run for your life eleva la alarma con sus ecos de una tercera guerra mundial.

Todo ello, con el relativismo anímico marca de la casa, deslizando ironía incluso cuando el costumbrismo deriva en hiperrealismo: se lleva la palma In my street, suerte de réplica del clásico Our house decorada con citas a narcotraficantes, calles con bolsas de basura amontonadas y vistas al día del juicio final. Y desplegando inventiva tanto en materia de arreglos, frondosos y heterodoxos, como en la composición misma: ahí están otros momentos destacados, como el up tempo de Round we go, el trote electrónico de The law according to Dr. Kippah y ese Set me free (let me be) de templado groove.

Obra de altos vuelos

Suggs podrá sonar resabiado, pero no ajeno a las historias que cuenta, y transmite tanta crudeza como implicación emocional. Y Madness consuma una obra de altos vuelos sin ser pretenciosa, convirtiendo las tribulaciones mundanas en espectáculo y deslizando, a la postre, una petición de piedad por el destino de la humanidad.