Más serios y menos gamberros
El álbum Desbarajuste piramidal, que reflota a El Último de la Fila, entrega revisiones estilizadas, sencillas y emotivas de 24 clásicos del dúo Manolo García y Quimi Portet
Jordi Bianciotto
Aunque el título estrepitoso deslice un mensaje de jocoso caos, Desbarajuste piramidal es la obra de dos señores que con los años han ido refinando sus artes y que revisan su catálogo atemperando viejas urgencias y paladeando rimas y compases. El humor, que no falte, pero estas 24 revisiones son más bien un ejercicio de sobriedad y de lucimiento del núcleo de las canciones, con sencillez, sentimiento y buena letra.
Manolo García y Quimi Portet se lo han pasado pipa regrabando esos temas que un día grabaron bajo el nombre de El Último de la Fila. Y ahora entendemos que su sentido de la diversión ha evolucionado: flota aquí un disfrute sereno, un reconocimiento del alma de cada tema a través de un carril distinto. Sin acudir a un método ampuloso, de sobreproducción, para realzar las canciones. Se bastan y sobran para levantar las canciones sin músicos de apoyo (recordemos que García se inició como batería) y practican una sonoridad diáfana, limpia, limando arreglos de las tomas originales que ahora estiman innecesarios. Portet hablaba en este diario de «relajar» las canciones, y así es en buena medida, empezando por esa Insurrección que abre el paquete, ahora menos ansiosa, con talante atmosférico.
Aunque la selección cubre todos sus discos, tiene más peso el cancionero de los tres primeros (16 temas, y Enemigos de lo ajeno, 1986, se lleva seis). Se esfuman aquellos sintetizadores, graciosos por su tacto doméstico, de Dulces sueños o Mi patria en mis zapatos. También los excéntricos arabescos. Y las palmas de Aviones plateados, y la arrebatada guitarra flamenca de El loco de la calle.
Todo más centrado
Todo resulta ser un poco más centrado, sin ocurrencias. Ni aquel toque gamberro, un poco punk: Quimi Portet transmite elegancia y pulcritud (aun sin renunciar a la distorsión). Y Manolo García canta con excelencia y modula antiguas brusquedades.
Pero la emoción que se advierte en su reencuentro con las canciones de su juventud es emocionante a su vez. Con puntos álgidos como ese No me acostumbro, que conserva su claustrofobia, o un Soy un accidente con roces country, a voz y guitarra acústica. O el cálido, sin dobles fondos, A veces se enciende. A ver, ellos saben que los originales son invencibles, pero Desbarajuste piramidal brinda un ejercicio poco corriente de recreación de viejos hitos sin pretender aparentar lo que uno ya no es, ni por ello irse al otro extremo, al baladismo ligero.
¿Apunta este álbum a un regreso de El Último de la Fila con todas las letras? Podría verse así… o todo lo contrario: aquí quizá nos están diciendo que ya no se identifican con sus éxitos tal como la gente los recuerda. Sea como sea, invoquemos al sabio Sisa, buen amigo de Portet, cuando a su disco de regreso le puso el sano título de Visca la llibertat.
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