Un año más, y ya van 402, Altea, y concretamente el barrio del Fornet en los intramuros del pueblo, rindió con una fiesta su homenaje al solsticio de verano y la fertilidad de la tierra mediante el rito ancestral de plantar en medio de la plaza de la Iglesia «l'Arbret de Sant Joan». Un ritual que se hace ininterrumpidamente desde 1617, cuando el 11 de enero de ese año se le concedió a Altea la Carta Pobla, en cuyo documento, según el historiador Joan Vicent Martín, aparece la festividad de San Juan «como fecha para pagar los tributos al señor feudal, el Marqués de Ariza». La «Plantà de l'Arbret» es una tradición ancestral «perdida en el tiempo que entronca el rito pagano del solsticio de verano y de la fertilidad de la tierra», según Martín. La fiesta de «L'Arbret» es la más antigua de Altea que tiene «identidad propia y reconocida», según el presidente de la Associació Amics de l'Arbret, Josep Joan Lanuza, organizadores del evento y que cuidan de la seguridad, sobre todo en el momento culminante de plantar el chopo y elevarlo con cuatro cuerdas atadas en lugares estratégicos de la plaza.

Como manda la tradición, ayer por la mañana se cortaba en la ribera del río Algar un gran chopo de unos 25 metros destinado a ser plantado en la plaza de la Iglesia cuando se fuera el sol. Al filo de las 19 horas más de 500 jóvenes, y no tan jóvenes, se unían todos a una para llevar al gran árbol sobre sus hombros de torsos desnudos desde la avenida de La Nucía hasta la plaza de la iglesia donde fue plantado sobre las 21 horas como falo fecundador de la tierra para que esta siga dando sus frutos.

El árbol era llevado con fuerza y dolor, y en el recorrido los vecinos les lanzaban agua para hacerles más llevadero el esfuerzo. La subida de la Costera dels Matxos fue espectacular, pues había que empujar con todas sus fuerzas hasta la cima de un tirón. Los jóvenes eran alentados por los vecinos, que les animaban con los gritos de «Amunt, amunt!». El esfuerzo físico descubría los músculos y venas en brazos y cuellos de los porteadores que al final de la empinada calle y al comienzo de la calle Calvari, hacían parada obligatoria frente a la casa de la «Tía Vicenta la Corrita» para homenajearla con bailes al son de la dulzaina y el tambor. De igual modo, se rendía homenaje también al «Tío Tonico Ferrer» que hasta que murió iba con su burrita llevando comida y bebida para los que participaban Su nieto mayor, Toni Ferrer Perales, le emulaba vistiendo igual que el abuelo y a lomos de otra burrita.

La llegada a la plaza de la Iglesia fue impresionante. Una delegación del pueblo de Palomar (Valencia), donde celebran su fiesta del árbol, esperaba a los esforzados porteadores con bailes y el ondear de una gran bandera. Con los rayos de sol entrando por la calle San Miguel, y bañando las sudorosas espaldas, los jóvenes exhaustos y con las ropas raídas, se detenían en el centro y todos a una introducían el tronco del árbol en la tierra para elevarlo a las alturas. En su copa, las camisetas raídas colgaban a modo de trofeo, y todos a una danzaban alrededor mientras los miembros de la Muixaranga de la Marina Baixa se elevaban hacia el cielo con sus torres.