La mujer enamorada confunde la realidad con sus deseos. Y cuando en lo más profundo de su raciocinio sospecha que realidad y deseo no coinciden, comete el error de cambiar la realidad en lugar de sus deseos.

¿A quién amamos? ¿Lo sabemos?

Las redes sociales desenmascaran cada día a hombres y mujeres que ante sus parejas pasaban por ser un modelo de honorabilidad, pero en su privacidad ejercían conductas de dudosa moralidad, desde contratos de servicios de prostitución a pertenencia a grupos de gang bang.

Engañar siempre fue fácil, por eso no tiene mérito, y además convierte la traición en una de las acciones más frecuentes y destructivas en las relaciones humanas.Toda mujer ha sido engañada por un hombre alguna vez. Y no sólo una vez, sino muchas veces a lo largo de la vida, lo que convierte cualquier trayectoria sentimental en un boceto lleno de tachones.

Descubrir que nos mienten es 'como caer desde un rascacielos', dijo Valérie cuando le preguntaron qué sintió al saber que Hollande le era infiel. No imagino mejor descripción. Pero no sólo la infidelidad precipita violentamente nuestros sentimientos contra el suelo. Desvelar la verdadera identidad moral de tu pareja puede ser un tormento para quien ama.

Nos estremece descubrir que sea una cuidadora quien maltrate a unos niños indefensos, que alguien que opere bajo la autoridad de la Santa Sede sea acusado de abuso sexual infantil, o que la bestia que envenenó a cientos de ancianos confesara que los amaba. Es esa falsa identidad la que sobrecoge a una sociedad entera, la nula compasión del individuo hacia otros de su especie. En definitiva, no saber en qué manos estamos confiando a nuestros seres queridos.

Pero, ¿y tú?, ¿a quién amas? 'Senté al amor en mis rodillas y lo cubrí de insultos', dice Rimbaud. Sospecho que así se siente la infanta Cristina desde que se destapó la actividad delictiva del caso Nóos. Amar a un hombre que presume de intachable reputación y luego descubrir que es un vulgar felón es, sencillamente, devastador.

Las mujeres creemos en la palabra del hombre y con eso tiramos un largo recorrido. Pero, ¿por qué nos basta la palabra? La clave la tenía la otra noche un desconocido que se sentaba tras de mí en un patio de butacas. Desde el escenario un 'Cyrano', el más romántico de los héroes descritos, le recitaba versos a su amada bajo el balcón. Ella sólo exclamaba a la oscuridad: '¡Más, más, dime más, no te vayas, dime más, más, más!'. Roxana tan sólo quería escuchar palabras de amor. 'Qué raras son las mujeres', murmuró aquel chico que ocupaba la butaca de atrás.

Regresé cabizbaja hasta casa, pensando si no deberíamos querer antes de decir te quiero, si no habremos construido las mujeres la idea del amor a través de la palabra y eso nos determina a la hora de amar, pues qué otro proceso creativo se nos permitió elaborar durante siglos. La mujer sólo fue libre en su pensamiento: soñando, imaginando palabras de afecto que quizá nunca llegaron, susurrando nanas que presagiaban tragedias.

Dice Antonio Rico que la idea de Dios nace con la escritura, hace apenas cinco mil años. Pero yo deduzco que no sólo nace la construcción de algo superior que nos trasciende, sino también la idea del amor. A través de la idea de Dios y del mismo amor construimos un perfil amable del mundo que nos protege, de cuyo interior no queremos ser expulsados. Ideas construidas por el cerebro humano porque le fueron útil para la supervivencia. Sin más propósito que éste.

'Me mentiste. Me prometiste doce ciudades, cada una de ellas con un mercado y un bello patio blanco al lado del mar', dice Lady Gregory en sus versos. Así de 'raras' somos las mujeres. Isabella Augusta describe en 'Promesas rotas' el dolor de la traición amorosa, la Roxana de Cyrano creía en las palabras de un desconocido que cedió su deseo a un apuesto cadete, Valérie confiaba plenamente en Hollande y apuesto a que la infanta Cristina creía en el padre de sus hijos.

El amor es como un recién nacido desnudo al que cubrimos y alimentamos, pero también al que pertenecemos. A quien ama sólo le queda ese sentimiento íntimo, personal, a través del que crea su propia religiosidad. La mujer enamorada confunde la realidad con sus deseos, y cuando descubre que no coinciden realidad y deseo, cambia la realidad en lugar de sus deseos. Y ese ha sido el gran error de la hija del rey. Es posible que Dios no exista en el mundo, 'no existe más allá de la existencia del hombre', dice Antonio Rico. Como la inocencia de Urdangarín no existe más allá de Cristina.

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