Siempre que voy a comprar algún libro, acabo con los dientes largos y la baba llenando el agujero negro de mis bolsillos. Sin ser una rata de biblioteca, (me crié en un barrio lumpen, allí desayunan dos o tres ratas de biblioteca cada semana), las visito a menudo. Y las librerías. Mi estipendio es mínimo, así que me toca buscar ediciones de bolsillo, o, tranquilamente, leer un libro en tres o cuatro visitas. Del hurto de los mismos ya hablé en el artículo "robar libros". Me saltado la entrada de Vargas Llosa y del último planeta no sin disgusto, porque ambos autores son de mi agrado y ambos temas centrales, el congo y la guerra civil, igualmente gratos. A eso añadan títulos que quisiera tener y no tengo, que quisiera leer y no he leído y que quisiera soñar y no sueño. Veintiseis euros dan para dos ediciones de bolsillo, o, en todo caso, treinta, dan para dos alfaguaras. Pero como buen lector estoy sobrepuesto a los dictados editoriales y a las modas del momento. Ni uso Follet, ni uso Larsson. Prefiero una vieja edición kafkiana o prefiero redescubrir a los que, fuera del dictado editorial, marcaron el mundo con su pluma grácil. Hoy he encontrado, (hace meses que lo buscaba) a Rodolfo Wilcock y "La sinagoga de los iconoclastas", escrita en 1972, historias de vidas monstruosas llenas de humor y alucinaciones. Rosemblum, por ejemplo, que preconizaba la abolición de toda novedad aparecida en el mundo desde 1580. O la historia de Scolfield, inventor de un aparato que demostraba la existencia de dios.... Supe de Wilcock por casualidad y luego, sin esperarlo, leí a Bolaño diciendo que este tipo le fascinaba. Aunque argentino, escribe en italiano. "La sinagoga..." es una traducción. Nacido en 1919, fué amigo de Borges y Bioy, (ya saben que Borges era un invento de Casares), abordando todos los géneros que pudo abordar. Fallecido en 1978, es descubierto por las nuevas generaciones. Salgo de la librería contento. Después de tocar, palpar, oler y mordisquear al menos diez o quince volúmenes reconfortantes. Pago el de Wilcock, dieciseis menos el descuento de socio. Salgo con otro añadido, "Contra el viento del norte" de Glattauer. Lo tengo medio acabado, pero es una pena que no ocupe un espacio en los estantes de casa. Quito con disimulo la pegatina y lo guardo en el bolsillo de mi chaquetón. No se lo digan a nadie. La crisis, hermanos literatos, es la puta crisis.