Me entretengo leyendo un insólito informe de la unidad de urgencias del hospital de la ribera en Valencia. Digo insólito porque apoyan los argumentos contados con radiografías de los casos. Se habla de objetos extraños dentro del cuerpo. Y se diferencian dos tipos claros. Por un lado las tapas de bolígrafo, clips, chapas de botes de refrescos, monedas, incluso un soldadito de plomo dentro de la nariz de un niño. Por el otro, objetos extraños introducidos en juegos sexuales. Recuerdo que hace más de una década un periódico local filtró unas radiografías de un varón con un palo dentro del ano. Recuerdo el revuelo que se montó y sé, a ciencia cierta, que aquellos que filtraron las radiografías a los periodistas ya no trabajan en la sanidad pública. En este caso los doctores de urgencias advierten del riesgo: el esfinter anal es un músculo muy potente y cuando se cierra sólo se puede extraer lo introducido vía quirúrgica. Los juegos sexuales con vibradores deben de tener un límite, en el sentido que hay que parar de meter. Extraer un dildo con las pilas encendidas y todavía funcionando, del instentino grueso, tiene considerables riesgos, máxime si el jugador es de setenta años. Calabacines, plátanos, botellas cerradas al vacío dentro de vaginas, incluso una escobilla del váter vía anal, el cepillo no el mango, forman un curioso totum revolutum que, caso de no controlar el momento pasional, acaba en las salas de un hospital. El jefe de servicios dice que, después de diez años, nada le sorprende. A mí tampoco. Aunque todavía no entiendo como puede caber una botella de dos litros en el recto. Además, llena de fanta.