No tengo encendedor señora, le digo a una mujer que, mientras juega a la máquina tragaperras, me ha comentado algo referente a la próxima ley. Tiene mucho maquillaje en la cara, demasiado para mi gusto, aunque huele muy bien. Bebe ron con cocacola y fuma rubio. Me gusta su forma de fumar, el cierre de labios tragando humo y arrojándolo suave por la nariz. Apoyado en la barra del bar sigo distraído sus estrategias de juego. A partir de enero quieren que fumemos en la puta calle. Sonríe. Le hablo de la hipocresía de los estados. Europa permite el juego libre pero sitúa etiquetas con números especializados advirtiendo del riesgo de ludopatía. Autoriza el alcohol pero lo criminaliza impidiendo su publicidad, aunque se haga encubierta. Y sanciona que se fume en muchos sitios, incluyendo bares, pero es permisivo con la venta del tabaco. Incluso se lucra de tales circunstancias. Está claro que mi discurso le ha gustado. Yo también soy un hipócrita, no fumo y estoy en favor de la prohibición. Pero le digo lo contrario. Los bares sin tabaco, ¿adonde vamos a llegar?. Le he gustado y, como aprecen tres diamantes azules en línea y la música le dice que ha ganado setenta euros, se alegra y me invita....... Esta mañana he salido de su casa. Quizás bebimos demasiado. Nos hemos mirado y apenas teníamos nada que decir. Ella ha carraspeado y ha encendido un cigarro. ¿Nos volvemos a ver?.. No hoy no, esta tarde viene mi marido, el fin de semana quizás. ¿En el mismo bar... ?. Sí, bueno, vale. Sin maquillaje y con el pelo despeinado parecía otra. Al salir a la calle pienso que yo también parezco otro. No se porqué me apetece fumar. Pero si no fumo, me digo. Y continúo caminando por la acera gris.