Por el parque, entre magnolios, anises y agapantos, el lector se detiene un instante contemplando como una hormiga negra arrastra una hoja seca. Absorto en las letras de Chantal Maillard destapa el aire grasiento que lo ahoga:

"Anduve por el dorso de tu mano, confiada,como quien anda en las colinasseguro de que el viento existe,de que la tierra es firme,de la repetición eterna de las cosas.Mas de repente tembló el universo:llevaste la mano a tus labiosy bostezando abriste la nochecomo una gruta cálida.Llevabas diez mil siglos despertandoy el fuego ardía impaciente en tu boca."

El sendero está lleno de anécdotas. Las letras que resbalan desde las hojas del libro, la arenisca amarilla entre grava lavada, el olor inconfundible de las plantas, clavelinas, abedules. Caminando, él se encuentra otra vez contra él. Toda la culpa la tiene, piensa, esta mujer poeta que embelesa su pensamiento.