Veo a Paquirrín, ese hombre, hijo de la Pantoja de España, fotografiado con un dirigente de Democracia 2000. Dice el susodicho que lo han invitado a unas copas en Castellón y que el chiquillo tiene amigos que son amigos de los amigos fascitas de militantes del partido. El personaje enseña gramo y medio de cerebro. Ese es el peso máximo que hay que poseer para aparecer en prensa dorándole la píldora a un partido de extrema derecha violento, con lemas como "moros no, españa no es un zoo" o los "españoles primero". No voy a hablar mucho de la extrema derecha. Ahí están: neonazis, fascistas, ultras de medio pelo, cavernícolas. Les gusta el alcohol, el valetudo, las peleas con puños americanos, hitler, el brazo empinado para alcanzar la gloria imperial y Rodrigo Díaz de Vivar. O la interpretación del icono Cid, pues de historia poco a nada. Y en estas estamos cuando Paquirrín, niño de papá con dinero, actor casposo con ínfulas simpatiquistas, se pasea con el fascio por discotecas. Tal para cual. Uno se degrada posando con nazis y los nazis se degradan posando con Paquirrín, pichita de oro del nacional cuentismo patrio.