Se recomienda a las embarazadas no comer atún, a los bebés no comer espinacas ni acelgas y a los demás no comer las entrañas del caparazón del centollo con vino de jerez y cuchara. Los atúnidos, tiburones o peces espadas poseen un elevado contenido de mercurio, las hortalizas un desforado incremento de nitratos y los centollos mucho cadmio. Sobre este crustáceo termino de leer a Cunqueiro, cosa que recomiendo sobremanera. Su nombre científico, (centolla vulgaris) es Maia, la más hermosa de las Pléyades, estrellas que se llamaban así por ser hijas de Pleone, que las tuvo de Atlas. Las Pléyades matutinas avisaban a los viajeros griegos del tiempo para navegar. Por eso, cuando me dicen que el cadmio se ha apoderado de los centollos de mi alma, siento una cierta desazón, aunque uno, que es de letras, no sepa bien lo que es el cadmio y ni siquiera recuerde el sabor centollil, especie de marisco que debido a la crisis permanente no pruebo desde 1979. El atún, pescado azul tan recomendado, tan perseguido y esquilmaldo por la flota japonesa, resulta contener altas dosis de veneno. La cadena alimentaria es lo que es. Comemos, cagamos y abonamos con nuestras heces los alimentos que comeran los inferiores en la escala evolutiva. De hecho no arrojamos sólo heces, también detritus en forma de bolsas de plástico, celulosas, boquillas de tabaco o latas de cerveza sin mensaje. Ellos, los animales que comen nuestra inmundicia, se vengan devolviéndonos porquería. Todo está revuelto, los transgénicos, las pepinadas, la carne vacuna, ovinos desmineralizados, los conejos superpobladores o mi primo el atún, monstruo que llega a pesar doscientos quilos sin contar el mercurio ni las latas en conserva que conlleva. De momento voy a comer dos lonchitas congeladas, un manojo de espinacas de popeye y.... fruta, ya digo que el centollo, (oh maravilloso cadmio, poséeme), no lo cato desde la prehistoria.