Una vez fuí un personaje de Borges en un cuento inacabado que regaló a Bioy Casares. Me había situado en un escenario ideal, de esos que cualquier protagonista adoraría: el lecho marital. Lo peor, por motivos erráticos, el cuarto lleno de sangre, mucha y abundante sangre que Borges, en sus alardes interpretativos, le había dado por estirar y convertirla en llanto de clásicos, Orestes, Edipo, Homero..... Bioy se encontró con un texto inacabado, ya lo dije, un texto sin desarrollo ni final, mal resuelto, lo suficientemente embrollado para tenerlo entrenido meses, tal vez años. Parecía, tal cual, un crimen sin víctima. Lo miré impacientemente. En esa época Casares no bebía alcohol, pero apuró un trago blanco, gin, por el olor. Le comenté que no podría soportar tanto tiempo, que yo estaba vivo y fresco, pletórico de ideas, que mi concepción, si la hubo, fué plàsticamente ideal: yo era un tipo con gran futuro criminal, estaba preparado para nacer a los treinta años. Con el olor a gin, Bioy habló: tiene usted razón, no sé que hacer con esa terrible mancha de sangre del dormitorio, còmo resolverla, lo mejor es que, presto, quede usted liberado. Y así fué, tantos años yá. Una vez, que se sepa, fuí un personaje de Borges.