En cuanto la mosca exilit vè la boca abierta de un tipo que duerme la siesta en el sofá de su casa ante la televisión encendida, desciende velozmente hasta aquella oquedad y buscando un cráter de caries, esta vez en el tercer molar, desova adjuntando un líquido gomoso que sujeta sin remisión la carga progénica. En breve sale despedida por la inoportuna tos y el escupitajo del durmiente. Aturdida, viaja a toda velocidad contra el cristal de la ventana. Todos ustedes saben que hay cristales que absorben moscas exillit, y allí, sin más, desaparecen de las tardes calientes de verano. Las larvas tardan dos días en madurar y nacer, minúsculos gusanos, cuasi microscópicos, que usan de saliva y lengua para adentrarse en los canales hasta el estómago, dónde, lejos de verse atacada por ácidos tremebundos, ven desarrollada su fase proteínica de crecimiento. En etapa adulta abren élitros y revolotean por los adentros del poseedor, que se vé afectado con dolores y fiebres. Cientos de exilit esperan un momento idóneo para desalojar a su huésped. Y es a la tercera noche, en el sueño turbio del paciente, cuando buscando orificios, se ven libres del nido que las acurrucó. Por fosas nasales, orejas, unguis, uretra y ano, cientos de moscas crean un murmullo en la habitación. Todos saben que si esto ocurre, el que reposa nunca más volverá a levantarse. Y ellas envueltas en su barullo, acaban absorbidas por los cristales, desembocando, con toda posibilidad en el mundo paralelo de los dípteros.