Uno se acostumbra a decir de todo y para todos, territorio amplísimo éste el de la escritura. Con el tiempo, aunque no conozcamos personalmente a los lectores, sabemos que están ahí, siempre predispuestos, escrutando las hojas de un diario, del blog, facebook, o cualquier otra plataforma que se utilice. Empleo el plural, porque solemos escribir él y yo, un binomio esquizofrénico capaz de resolver conflictos. Algunas veces es él el que dice sus cosas y otras soy yo.

Con los lectores ocurre igual. Unos se inclinan por el adjetivo, la suntuosidad, otros por la sangre y el gore, por las vísceras extracorpóreas del relatista. Andàbamos entonces los dos calle abajo, cuando topamos con una concentración de lectores: ustedes son insoportables, decían, últimamente no hacen más que auténticas mierdas, antiliteratura, chabacanería, banalidades. Tómense un descanso, váyanse al quinto pino, al exilio de los silentes, desaparezcan cabrones.

Decir cosas escritas tiene eso, la rebelión puede producirse, el abandono cual vulgar desodorante ocurre, el desasosiego total. De todos modos y para que conste en acta, he decidido asesinar a mi ayudante. Una vez hecho, emerge otro automáticamente. Item más, se presenta con toda la cara del mundo: hola soy tu nuevo yo, provengo de los lectores y voy a apabullarte un rato. Cosas de escribientes.