Cuenta Bolaño muchas veces como los policías y militares chilenos, los pinochetistas, eran aficionados a meter una rata en la vagina de las detenidas. En el museo de la infamia y del horror, esta versión, la amenaza de la rata, era la preferida por algunos policías españoles durante la transición. Te detenían, te aislaban, te hostiaban suavemente hasta que, dependiendo de quién fueras o que quisieran, entraban con una toalla mojada enrrollada y atada en las puntas. Un toallazo hace daño y no deja marcas, aunque tengas diecinueve años y diecinueve vidas. A las mujeres, a las chicas detenidas, camaradas vigorosas, aparte del manoseo y sobo cruel, del puta de mierda, te voy a quitar a tu hijo si no me dices quién te dá estos papeles, solían contarles lo de la rata en la vagina. Una rata dentro de tu coño que te comerá las entrañas. Conozco a una amiga a la que un hijo de perra, inspector entonces de la brigada político social, (jubilado pasea por baretos bebe coñac y juega al dominó), le quemó los pechos con cigarrillos encendidos. Dos o tres quemazones aplastando el pitillo cerca del pezón, que es donde más duele. Todo por nada, porque ella sólo hacía lo que casi todos los demás: acudir a citas, discutir sobre marx, engels o bakunin, repartir panfletos y soñar con un mundo que iba a ser todo lo que no soñábamos. El inspector cabrón, igual que otros, con la entrada de la democracia se declaraba tolerante y centrista de los de Suàrez, ese arribista proveniente del falangismo, al que ahora venden como paladín del buen político o de las libertades. Aquél poli quema tetas, torturador de mierda, amigacho de fascistones empedernidos del entonces finiquitado TOP solía hostiar con la mano hueca, en la oreja. Tenía habilidad, he de reconocerlo. Y te quedabas sordo durante un mes. Me vienen estos recuerdos al leer una narración de Bolaño. Es curioso cómo duermen los fantasmas del pasado en un hueco olvidadizo. Fantasmas llenos de represión.