Varios soldados mean encima de cadáveres. Enemigos, dice el protocolo. El siglo filmado dá para mucho: a usted lo matan públicamente mientras es grabado por un celular de última generación, o pega a los niños o enseña el culo porque le dá la gana. Que varios soldados yanquis se saquen la polla y orinen sobre despojos agujereados no me parece nada raro. Nadie pregunta si los despojos son civiles o militares, ancianos o niños, jóvenes o mártires de la cosa ultramontana. Los soldados yanquis, otros, o los mismos, no sé, dicen que salían a cazar civiles para matar el tiempo. O a cazar el tiempo para matar civiles, tampoco lo se. Las guerras retransmitidas acaban siendo absorbidas por la insensibilidad que fabrican: bastan tres imágenes de un francotirador abriéndole la barriga a una señora que va a la plaza, para que usted y yo sigamos tranquilamente cenando la tortilla francesa con yogur griego. Guantánamo, refugio que odiaba el premio nobel de la paz que mandó matar a los del eje del mal, sigue todos los días abierto a la hora del comedor. Vino con gaseosa y gente encapuchada vestida de butanero. Es normal que los soldados meen encima de los cadáveres, es normal que antes los torturen, les corten orejas y rabo, los sodomicen o acaben colgándolos de la lengua. El horror es una de las fases del terror. Y los milicos, de todas esas cosas, saben cantidad.