Me interesan algunos diarios. El de un náufrago de Gabo, los de viajeros como Byron, Constant o Vigny, Handke con su peso del mundo, el de Kafka, Ana Frank, los insolentes, Juan Ramón Jimenez contando su vida de poeta recién casado, el breve apunte de Umbral o el de Kolvstov y su guerra de españa. También Defoe en 1722 escribió sobre el año de la peste. En 1920 Isaac Babel hizo el suyo. Letras de guerra contra la guerra y para la guerra. Para bellum. Anotar día a día lo que pasa por la vida de uno, que suele ser casi nada, o en todo caso muchísimo, es un tema crispado. Un ejemplo: diarios del corredor de la muerte. Condenados a morir electrocutados, en cámaras de gas, con inyección letal, quizás fusilados, tal como recientemente ha ocurrido. Pero les decía que me interesaban los diarios. De estructura simple y sujetos a la variación de los días. Aunque que cada jornada nos parezcamos menos al que dejamos atrás ayer.

Un blog, bitácora, es casi un diario. Una suerte camuflada de reflejo cotidiano. La única diferencia es que te permite trabajar el texto con menos hermetismo. El blog, los blogs, si quieren, acaban convirtiéndose en una razón para ejercer este oficio de juntaletras. Juntacadáveres de letras palmatorias. Cuando leo algunos, quedo sorprendido por la belleza que encierran. O por su lucidez. Hasta los más pulcros guardan una estructura de miel que atrapa al lector. Otros, evidentemente, son lo contrario: malos diarios, ausentes de expresividad. Hueros, huecos.

Esta mañana, en mi locura particular, desayuno con algunas páginas escritas hace siglos. Veo como, en lo consustancial, seguimos siendo los mismos, con grandes pulsiones sujetas al destino. El autor del diario escribía con tinta de calamar a la luz de cirios de sebo y uno escribe con un teclado ultra rápido. Pero a los dos nos duele lo recóndito, nos preocupa lo inconcluso, nos atemoriza el vértigo. Siglos, diarios y blogs.