Cada uno es cada cual y en cada barrio cuecen habas de maneras diferentes.

Habas con jamón: el madriles apareció un 28 de diciembre con un abrigo tres cuartos, la cara tiznada y una escopeta de dos cañones en el bar de la esquina. Todos rieron. Era el día de los inocentes, pero el escopetazo que sonó dentro del local lo hizo como una bomba, como dos, porque fueron dos disparos de posta. Convirtió los adornos de navidad en briznas brillantes que bajaban envueltas con humo de pólvora, mientras camareros y clientes ponían piés en polvorosa. En pleno delirio, el madriles, había tenido tiempo la noche pasada de prender fuego al mueble bar de su comedor, lo había apagado y después de revolcarse en el suelo, trincó la escopeta de caza de su viejo dándose a la fuga. La policía lo buscaba y ahora, las ocho y media de la mañana, lo acababa de encontrar armado en el bar de la esquina.

Habas con patatas y ajos: La Suny tiene cinco hijos. De cinco hombres. El mayor cumplió los diecisiete hace tres días. Para celebrarlo acudieron, madre e hijo, a una joyería del centro. Hicieron la pirula de tal manera, que acabaron encerrados dentro de la tienda, con los paseantes y el público a punto de lincharlos. Hoy, después de tres días de calabozo, el juez les ha dado la provisional en espera de juicio. La Suny se ha emborrachado y, sin más, para olvidar el mal sabor de los calabozos, ha apuñalado levemente en una discusión a un vecino. Esta vez va directa al talego.

Habas verdes fritas con tocino: Juanele el pintor bebía un botellín fuera del bar, apoyado en un pilar rugoso de hormigón. Era sábado y venían, él y otros, de rematar una faena. Acababan de cobrar. Fumaba un cañón de dos papeles mientras reía hablando de fútbol. Un elegante acababa de aparcar en doble fila su DKW. Bajó y enfiló directo. Le clavó un estilete entre el esternón y una costilla. Eso por lo de ayer, le dijo. Y, casi imperceptible, marchó por donde vino. Lo de ayer era una discusión por el precio de doscientos gramos de chocolate, pura mierda de discusión. El elegante se sintió ofendido, o tangado, no sé. Juanele soltó el botellín y el canuto. En su mono blanco manchado de pintura, una rosa de sangre se adueña del pecho, engrandeciéndose por instantes. Ay. Me ha matado. Y cayó al suelo.