En todos los rodajes pornos circula zumo de tomate en abundancia. Los actores lo toman, así tal cual, recién licuado o de una marca de confianza. El zumo de tomate dá buen sabor al semen, lo hace dulce, agradable al paladar, incluso menos espeso. El señor Damián lo ha oído y leído cientos de veces. Ha quedado con la dependienta que conoció el otro día y que le envía eseemeeses eróticos: estoy en la ducha, si supieras lo que acaricio, o, me gustaría que pusieras la boca aquí. El definitivo, que hace que compre dos kilos de tomates maduros, es: me lo tragaré dulcemente. Han quedado a las cinco. Media hora antes se bebe casi un litro del rojo elixir. El señor Damián llega a la cita con la dependienta arreglado. Ella está exultante, viste una minifalda negra que le marca los muslos y tiene los labios pintados de rosa. Después de saludar y besarse suben al coche de ella. Ya en el asiento del copiloto el señor Damián siente los primeros pinchazos en la barriga. ¿Será posible?, piensa. Le dan gases, pero aguanta y diimula. Ella empieza el cortejo. Se detienen en un descampado próximo al castillo de la ciudad. Otro pinchazo. La cara del señor Damián se transforma. ¿Que pasa?. Las tripas han decidido estallar revolucionariamente. El puto tomate. ¿El qué?. Sale del auto corriendo y donde puede se baja los pantalones y los calzoncillos de estreno y evacua pura agua tomatil. Cielos. Y así, envuelto en tiras y aflojas, en retorcijones pestilentes y huídas rápidas, el señor Damián vé fustrada su tarde de pasión con la dependienta, que atónita, ha estado a punto de decirle que el tomate, ella lo ha comprobado otras veces, dá buen sabor al semen.