En la segunda curva de la calle Viena en el barrio de Coyoacán, un coche negro permanece aparcado con una pareja dentro. Al volante, fumando con ansia, está Leonid Eitingon. En el asiento de copiloto una señora de edad avanzada y con el pelo cano. Se llama Caridad del Río, aunque adoptó el apellido de su marido: Mercader. Al poco escuchan un ruido de sirenas que les pone sobreaviso. En silencio se miran y arrancan poniéndose en marcha. Saben que algo ha salido mal. Ignoran si se ha alcanzado el objetivo, pero es evidente que la operación no sigue el curso deseado. Es el 20 de Agosto de 1940. Llevan desde el 38 preparando la acción. El coste total asciende a casi medio millón de dólares....

Leonid enciende otro cigarro y acelera. Caridad no puede evitar volver la vista atrás. En el caserón señorial, cerrado a cal y canto y protegido por una guardia personal, se quedan la presa y el cazador.... Jacques Mornard, o, lo que es lo mismo, su hijo Ramón....

En el despacho entra la luz clara de la tarde. Las persianas venecianas dan un aspecto umbrío a la habitación. León lee documentos y apila carpetas junto a libros en una esquina de la mesa. No suele recibir a nadie a esa hora pero Sylvia se lo ha pedido. Sylvia Ageloff es una revolucionaria afín a León. Lleva con él algunos años. Se ha enamorado de Jacques Mornard, un periodista joven y apuesto...., conocer a Trotsky, que el gurú de la revolución lea sus escritos es un sueño. Y hoy lo ha conseguido. Ahora mismo entrará a la habitación donde León trabaja enfrascado en sus pensamientos...

Trotsky se ha levantado y se aproxima al ventanal para ver mejor los escritos. Jacques Mornrad sonríe atento. En ese instante, León pierde la cara del joven, dándole la espalda. Un instante de silencio donde advierte que algo ocurre...

Mornard no es periodista, ni se llama Jacques, ni ama a Sylvia, ni es trotskista. Al contrario. Jacques es Ramón Mercader, agente al servicio de la NKVD, militante del PSUC, futuro coronel de la KGB. Así que Mercader no duda un instante y saca el piolet que ha logrado introducir pese a los rigurosos controles alrededor del líder revolucionario. Levanta la mano y golpea brutalmente el occipital de Trotsky. Stalin ha movido los hilos con precisión.

Años más tardes, entrevistado, Mercader aseguraba que nunca olvidaría el grito de aquél hombre. León grita dolido y, con el zapapico clavado en la cabeza, se gira sobre su asesino. Sus redondas gafas han caído al suelo... la guardia personal ya está abalanzándose sobre el asesino... Son segundos de confusión.

Asistido, Trostky aguanta la brecha letal. Moriría al día siguente, etre convulsiones y dolores. Ramón Mercader fué entregado a las autoridades mexicanas, no sin antes ser apalizado e interrogado por la guardia pretoriana del creador del ejército Rojo. Mercader pasó veinte años en las cárceles mexicanas.

Su madre, Caridad, siguió trabajando para la URSS y acabó sus días en París, al servicio de la embajada cubana. Leonid falleció de cáncer entre honores de los soviets. Sylvia no soportó el engaño y el desamor e intentó suicidarse varias veces, acabó hundida en la penumbra mental. Ramón recuperó la libertad en los años 60. Fué nombrado coronel y condecorado como hèroe. Murió en Cuba.

Hubo un tiempo en que el puzzle de la historia juntó a personajes extraordinarios. Cazadores, presas, todos sujetos a la virulencia de las ideas.

(de la serie Magnicidios)