Fuí a casa de Jacinto a ver el sillón. ¿Quién te lo dijo?. Julio, la otra tarde hablábamos de tu sillón. Ese Cortázar es un pelotudo, siempre con chismes. Así que allí estaba, brillando con su estrellita de plata del centro del respaldo. Quitando las bromas de los chicos, ( acabaron olvidando la sala dónde solían engañar a las visitas pesadas... ¿que hicieron niños, decía Jacinto, con el señor José...?, ¿lo sentaron?, mìrenlo con la boca abierta y la lengua hacia dentro...), no parecía el sillón para morirse un trono, ni siquiera un butacón. A su lado una repisa con tres libros gruesos de tapas duras y atrás una cortina estampada con lirios y margaritas de colores. Entonces, Jacinto..., tal vez me deje probarlo, parece cómodo. Otro día, amigo, otro día, el sillón es para la gente que se pone vieja y vos no parecès viejo. Bueno, otro día....

Postescritum: En un punto indeterminado de París, 1982.

Julio Cortázar compró el sillón a Jacinto en la navidad de 1983. Mandó tapizarlo de gris perla y cubrirlo con dos orejeras curvas. El 12 de febrero de 1984 decidió sentarse en èl.