Me han regalado un estudio sobre neutrinos, sustantivo "moderno" puesto en boca de millones de personas sin conocimiento. A mí me parece agradable que me regalen estudios en general. Toma, léete esto: "Trancesdencia de la alimentación fast food en la mosca del vinagre", y se quedan tan panchos, sobre todo porque saben que he jugado mucho tiempo con las posibilidades literarias de la drosophila melanogaster.

Con los neutrinos pasa otro tanto, he ido deshojando margaritas subatómicas a bases de pensamientos hasta llegar a los fermiones y los bosones, partículas elementales de la naturaleza que alimentan cualquier especulación mágica, la muerte misma, los viajes a la nada y otras zarandajas filosóficas difíciles de someter a juicio, asunto por el que los paranormales, yo los llamaría anormales, andan expectantes a ver si les cae un ectoplasma de Belchite, pueblo donde Franco y sus facciosos se cebaron hasta la desolación. Los neutrinos poseen una masa nula, diez mil veces menor que la del electrón. Eso los faculta para ser materia oscura del universo y para viajar a velocidades supersónicas, quién sabe, caso de corroborarse, superior a la de la luz. Mis regaladores son jodidos pues conociéndome saben que estaré unas semanas dándole vueltas con aplicaciones de física que no alcanzo a comprender, simplemente porque me detengo en la antimateria filosófica y eso hace que acabe en submundos paralelos, una suerte de no ser mientras somos que me facilitan la labor de escribir. En otra ocasión dejaron en el buzón una serie de notas sobre la refracción de la luz, sobre arcos iris, spectrum dixit, y sobre la doble vida sexual de Newton. Y es que la gente que me rodea cree que uno cultiva todo, estando en lo cierto relativamente, tan relativamente como la teoría de la relatividad, fórmula exacta y, (ya lo verán) de una firmeza inalterable.