La vida figurada de los demás hace que soportemos la nuestra propia. Los ríos de caminantes de la tarde al ocaso, con la fresca del mes que acaba. Siempre, entre las miradas pasajeras, rápidas y voraces, hay un fotón que produce luz. Es ténue, acaso semejante a las antiguas candilejas, velas de ceras sebáceas, pero luz al cabo. Y aparece como una serpiente estallando en el centro del aire que los separa. Clash, es su onomatopeya.

Ella prosigue sin volver la vista atrás y él, en dirección contraria, continúa la senda de sus suelas. En medio, suspendida, ha quedado esa explosión de fotones, ese cruce serpenteante de miradas, ojos, vidas, pasado y futuro. En realidad sólo se ha producido una interrupción del universo común. Y por ese agujero, ellos que no se conocen ni se saben, han acabado cayendo hacia el olvido infinito.