Ayer fué un gran día. Por fin el Colegio Patafísico ha decidido acogerme en su seno. Para tan digna ocasión, (dentro de siete días), estoy preparando una conferencia que será leída en una mesa marrón, con cristal italiano y dos platos de leche, dónde exclusivamente nadarán ambas migas de pan ampurdanés, hogazas traídas por mi amigo Estupinyà de su visita a El Bulli taller.

La disertación versará, como no podía ser menos, sobre el doctor Faustroll y su nacimiento a los 63 años. (Reconozco que me entusiasmó esa reticencia encomiable a ser desalojado junto a su mono papión, el lecho marital convertido en barco, el mar de mierda- abunda, sus libros y lecturas, el bosque del amor...). El Colegio Patafísico ha tenido a bien aprobar mis escritos, disertaciones y elucubraciones, algunas recogidas, como saben los lectores, en este blog y otras referencias, díganse papel, puertas de los váteres de aeropuertos, estaciones ferroviarias, o alguna pintada con espray rojo granate en los muros de la periferia de las ciudades a las que de vez en cuando, suelo acudir para conmemorar algún homicidio o trabajar directamente en los planes del mismo. En la misiva que he recibido se dice que harán honores de apadrinamiento los presidentes de la subcomisión de soluciones imaginarias, formas y gracias y epifanías e itifanías, cosa que, he de confesarlo, acaba emocionándome. Animado por el impulso recibido, en cuanto finalice estas notas pienso acostarme y taparme la cara con una colcha verde que aisle y refresque la vorágine de historias que se desarrollan en mis adentros.