Señalo un círculo con tiza en la acera. Es un redondel grueso. Coloco en el centro un pequeño cirio, una vela barata. La dejo apagada. Nadie me ha visto hacer el trazo, ni colocar en el centro nada. Me siento en un banco, ojeando la prensa y esperando a los peatones. Uno tras otro, al descubrir el símbolo, procuran no pisarlo, menos aún entrar dentro del límite de tiza. Una señora, ajena al dibujo casi pisa la línea. Corrige, dando un saltito, su posción. Nadie se ha agachado a retirar el cirio y nadie, (y han pasado más de doscientas personas), ha invadido el espacio.

Señalo un círculo con tiza en la acera. Se coloca dentro, en posición de loto, un amigo. Simula, con los ojos cerrados, estar meditando. Esperamos a los peatones. Todos miran al personaje dentro del círculo. Nadie pregunta. Algunos se encogen de hombros, otros sonríen, aquellos cuchichean. Han pasado más de doscientas personas y mi amigo sigue "orando" en el centro. A las dos horas aparece una pareja de policías municipales que interrogan al orante. Intervengo. Nos dicen que no podemos estar en el centro de la vía pública sin permisos reglamentarios. Nos vamos.

Dejamos un cirio, esta vez encendido, en el centro circular. Estamos convencidos que nadie lo tocará.