Que se lo digan a mi galápaga. No soy cocinero, pero sí ranchero excelso. Ahora mismo, antes de tocar el teclado, le he ofrecido un poco de arroz basmatic con huevo batido, (no tortilla), gambitas peladas y zanahoria a la juliana. Juliana era una señora, por si no lo sabían, a la que gustaba todo desmenuzado, exactamente geométrico. Pues mi galápaga afirma el condumio, igual que los comensales darán cuenta, por otro lado, de este pollo, (oh, divino pollo corralino, héroe de mesas modestas y de mataderos psicológicos), con papas asadas.

El ave se abre en canal listo para la rustidera, vacío de vísceras y con corazón de melocotón. Salpimentado, ha de sufrir compañías casuales. Algunos añaden grasas, los ajenos añadimos verduras y aromas espiritosos. Cebolletas, cebollinos, ajo picado, pimiento rojo de la vega y zumo de naranja o limón con vino blanco blanquecino. Hablaba de mi galápaga, que habita al lado del transistor y que, encima de un monte casual de conchas de vieras, contempla el paisaje y el paisanaje de la cocina. Quelonio informado vale por dos, y ella, amén de sus diminutos camarones liofilizados, del jamón york o el atún en conserva, sabe mucho de huelgas, rajoys y noticias internacionales.

Todo este artículo es una excusa, lector. Quería exponer una receta de capón al horno, o de pollo o polla, (no me malinterpreten), asados en reposo absoluto. Uno sabe de éstas cosas. Aunque al final hable de galápagas, huelgas, rajoys y noticias internacionales.