Una persona, deducía, que no supera las crisis, es una persona condenada. Ergo él era un condenado. Paseaba por jardines soleados apenas amanecer, así oìa todo lo nuevo, el crunch de las hojas desperezándose al recibir la luz, el pot de las hormigas al pisar las sombras, el ziiis de la primera abeja oliendo pistilos.

Después se sentaba con los ojos cerrados sabiendo que eso era lo único saboreable, más tarde vagaría fijándose en las crudas y siniestras onomatopeyas de la ciudad. Rebuscaría en alguna papelera, comería algo, cualquier cosa y ya está, misión cumplida, otro día más. Al caer la tarde buscaba el mejor sitio, aislado, arrastrando cartones, zuuum sonaban, y apuraba un trago crítico. Por las noches, en cualquier esquina, soñaba con sonidos de grillos bajo la luna. Pura crisis.