Cierta vez le preguntaron a Rulfo porqué se había hecho escritor: "mentía mucho, mentía tanto que me dijeron: ¿porqué no lo plasmas?, escribe los cuentos y las vainas que nos largas". Creo, sin temor a equivocarme, que la mayoría de los cuentistas escriben porque sueltan esas vainas en el papel sin problemas de que nadie les mire mal. Al revés, si la historia se redondea, todos andarán sorprendidos diciendo: estupenda la tontería esa que narras. En caso contrario, asunto que sucede a menudo, espetarán: déjese de cuentos chinos malos, aprenda usted un oficio, vendedor de pañuelos de papel en los semáforos, por ejemplo. Será más respetado.

Ando con esta diatriba, (disculpen, realmente no se que es una diatriba pero suena cojonudo) desde que esta mañna he hablado con un amigo y me ha contado las cosas que le pasan a los novelistas con los personajes. Eso es, querido lector, después de contar una novela, algunos se liberan del autor, caminan solos. Reconozco que incluso se convierten en asesinos de su creador. A Ian Lancaster Flemming, su personaje favorito, Bond, James Bond, acabó parándole el corazón con 56 años en 1964. Como imaginan Bond, perfectamente entrenado, pudo dar un golpe severo al escritor, primo, por otro lado, de Cristopher Lee. Sobre personajes que huyen hay mucho cuento escrito: el propio don Quijano anda todavía por los suelos áridos de los españolitos de a pie. Es evidente que pasa hasta el culo de Cervantes. Por resumir, casi todos ustedes cuando fabulan mienten con perfección estructural. Algunos incluso con perfección gramatical. Otros y otras parecen personajes que buscan autor, aunque sean sólo renglones, o los más, verbos contrariados.