Que nos encontramos en un mundo hiperinflacionado informativamente es una obviedad. Al menos en lo que respecta a las sociedades del primer mundo. Èste "primer mundo" ofrece exceso de ofertas, un escaparate contínuo donde las hamburguesas de sobredosis informativas convierten en vacuidad e irrelevancia cualquier hecho dramático. El drama es fagocitado sin el más leve eructo después de las comidas. Otro asunto es la tragedia, que causa pavor, más por la inseguridad mundana que produce que por el hecho trágico en sí mismo.

En nuestra sociedad (Gubern dixit) el exceso de oferta audiovisual, además de desinformar al público, favorece su banalización y estimula la estrategia empresarial del grito sensacionalista para hacerse oír en este frondoso mercado. El exceso de informacón conduce a la desinformación cualitativa, pues al simplificar las ideas y convertirlas en píldoras o eslóganes, también las convierte en clichés que el público repite constantemente. La sobreoferta, conduce a lo que Schiller llama "gran variedad de lo mismo". Mencionamos de pasada la aceptación del drama como cuestión baladí o inexcusable norma cotidiana. A nadie repele la muerte o el dolor en directo salvo si es un gran dolor. Los atentados de Nueva York o Madrid, aturden por su naturaleza trágica, los bombardeos de Bagdad o cualquier tiroteo en las calles mexicanas, se convierten, sin embargo, en drama aceptable, doméstico, digerible. Pese a todo, la naturaleza del directo, la inmediatez de internet, o la sugestible apariencia de la televisión, (todavía reina de la casa, dios lar, manejadora de voluntades y, por supuesto, de opiniones), hacen de la tragedia una ligera digestión con capacidad de olvido.

En otro orden, sin apartarnos de lo explicado, está la afectación del lenguaje. Latiguillos, frases, expresiones y conceptos se ponen de moda en cuanto la sobreabundancia de lo ocurrido llega hasta nuestros oídos. Numerosos articulistas de opinión, comentaristas radiofónicos o televisivos emplearán un lenguaje aceptado y codificado, repetitivo, alienado. El gran público lo transmitirá en la calle anulando toda capacidad de crítica al respecto.

De alguna manera pasamos de la nada al todo o del todo a la nada, sin capacidad de reaccionar. Informados, manipulados. Quizás sea esa la base del ciclo orwelliano. Nunca tantos datos produjeron tanta incultura.