No hay que mirar al frente. Eso dicen las instrucciones para ser un buen escribidor. Comience moviendo los ojos circularmente, ajeno a la máquina de escribir Underwood. Hay que respirar hondo, inspirar como si fuese a bucear en el azul gigante repleto de tintoreras. Escriba: mi querida señora, dos puntos. Hace tanto que no le dirijo palabra alguna, hace tanto, que no sé que decirle. No, nó. Escriba: hace tanto tiempo que la odio, que aborrezco su presencia, hace tanto tiempo mi querida señora, dos puntos. En las instrucciones explican que no hay que ser contradictorio. No puede llamarla querida y odiarla. ¿Se puede odiar y amar, aborrecer quizás?. Pero no mire al frente, coño. Olvídese de la máquina. Usted es un escribidor y forma parte de la nómina a cero de los escribidores de este sitio. Diga, digo: Querida señora, dos puntos, la amo desesperadamente, no, no, mierda. No puede amarla, ha de ser frío y altivo, como un Marlowe cualquiera, con actitud detectivesca, chulesca, arabesca. ¿Arabesca?, ya estamos, se escapa usted del código canónico, eso no es lo que pone en el manual, ¿porqué arabesca, sólo porque rima con chulesca?, joder, también riman dantesca y grotesca. A ver, olvídese de todo y concéntrese. Escriba. Mi querida señora, dos puntos, me despido de usted hasta la próxima...