Lebeche es viento que gira en sureste. Siempre precede a alguna depresión, por eso es fácil que una tormenta aparezca en cualquier punto. En todo caso, más calor. Paseo por la arena de la playa, una cala medio vacía. Hay manchas de aceite negro, seguramente algún barco fondeará entre las rocas y el patrón aprovechará para verter grasa. Empieza el verano y toda suerte de delitos se disfrazan en la mar.

Sobre la arenisca restos de posidonia, maderas rotas, celulosas. La mar devuelve todo lo que le sobra. O todo lo que muere. Posidonias y cadáveres, ya dije el otro día. Cadáveres de náufragos, fardos de haschís. Me encuentro con un esqueleto de erizo. Lo guardo. Mi colección de equinoideos aumenta como aumenta la destrucción del litoral. Una mujer viene en dirección contraria recogiendo pensamientos. Una pamela grande adorna su cabeza. Anda elegantemente y viste bañador negro. Nos cruzamos, las miradas son paralelas, de todos modos decido no girar la cabeza. Después de bañarme entre olas, subo una cuesta de tierra y llego hasta la moto.

Cientos de chalets adosados ensombrecen el panorama. Arranco mojado todavía y busco la carretera. Antes de ponerme el casco observo que la mujer de la pamela aún camina por la orilla. Eso me reconcilia con la naturaleza.