Tengo que cerrar el libro porque las gotas de sudor caen, chop, sobre la hoja abierta. La biblioteca es un tostadero y odio el aire acondicionado. Estaba viendo arte, formas artísticas urbanísticas. Manías de metomendoto. Viendo la fotografía de un edificio central recordaba que sus bajos albergaron durante la posguerra un terrible calabozo para más de cien personas. Cerca hay una rambla y por allí crecían los algarrobos. Ahora sólo existen construcciones desarrollistas, aprovechamiento del espacio vertical.

Sigo sudando, una película salada inunda mi cuerpo. Y sigo intentando concentrarme, chop, gotas cayendo al vacío sideral de la literatura. Entre todas las proposiciones intentaré leer y releer toda la obra de Azcona. Me interesa sobremanera, ha supuesto un descubrimiento tardío, aunque, evidentemente, he visto muchísimas de sus historias adaptadas al celuloide. Comienzo con Los ilusos, que casi acabo. Pese al calor y al tostadero, pese a la españa cañí que sigue aflorando por los rincones de la patria mía. Es un verano peculiar en la vida del escribidor. Sólo ansío espacios de lecturas y ganas de pensar. Con Azcona casi lo consigo, me convierte en uno de sus seres comunes. El poeta de provincias que viaja a la capital buscando una oportunidad para no ser nadie. Las ampulosas chicas y señoras de faja, el gañán callejero, las calles añejas, las putas franquistas con liendres y venéreas. Viendo el edificio que albergaba aquél terrible calabozo siento la necesidad de volver a Azcona. Ya les contaré.